Hay detalles de la vida cotidiana
que se quedan grabados muy dentro, más allá de que generen o no felicidad. Son
pequeñas memorias que unen el entramado de la vida para darle una secuencia,
como mi taza de café cada mañana. Si uno aprendiera a valorar más esos detalles
tal vez cambiaría nuestra perspectiva.
En
mi caso no ha funcionado para cambiar esa perspectiva. Detesto (aborrezco) mi
vida y mi existencia por otros motivos (ser traída al mundo sin mi voluntad es
uno de ellos), pero asumo mi cotidianidad y sus detalles de manera objetiva,
los aprehendo y aprendo de ellos para seguir uniendo los puntos de este
entramado que es la vida.
Virginia
Woolf solía escribir en sus diarios los pequeños detalles del día a día,
incluyendo sus reflexiones en torno a esos detalles, más allá de escribir las
grandes memorias en torno al drama que fue su vida.
Si
bien es posible encontrar pequeños trazos de lo que ocurría en su mente y que
le condujeron a un final trágico, sus diarios son una especie de tejido en el
que descubrimos qué detalles eran de su interés y que nos pueden dar una idea
de aquello que era de su importancia.
Los
hay quienes viven del detalle de las, cuyo cantar a primera hora de la mañana
les motiva a iniciar una jornada más en sus vidas. Hay quienes, como yo, se
decantan por el silencio a las cinco de la mañana mientras beben un café
(incluso la selección de café y el espacio físico en el que lo toman influye en
esos detalles cotidianos que se entretejen en el día a día).
Conocí
a alguien cuya primera acción al despertar era colocarse la ropa interior
(gustaba de dormir en la desnudez para evitar pesadillas), mirarse al espejo
unos minutos y contemplar su reflejo, para luego lavarse los dientes y comenzar
sus actividades cotidianas. También amaba el café a las cinco de la mañana,
amaba escuchar el pasar del tren mientras sentía la mañana fresca al asomarse a
la ventana, el cielo aún estrellado y sin rastro del alba.
Tal
vez en los instantes previos a que suceda lo que ha de suceder, estos detalles
de nuestra vida cotidiana se vuelven más vívidos porque son las conexiones que
nos permite la vida para recordar (y evocar) las grandes memorias que alguna
vez marcaron nuestro camino.
Es
probable que nadie me recuerde por mis detalles cotidianos. Solo una cosa es
cierta: el silencio a las cinco de la mañana será menos denso una vez que haya
partido. Entre todo esto, hay una reflexión con la que me quedo: las personas
que te han dado los mejores momentos un día se convierten en una memoria. ¿La
ventaja? Las memorias no tienen calorías.
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