El Dios judeocristiano, según las
Sagradas Escrituras, creó el mundo en seis días. Al séptimo descansó para
contemplar su creación (y luego tuvo varias etapas de “borrón y cuenta nueva”
con su creación). Los dioses de otras doctrinas se distribuyeron el trabajo de
creación, con una cosmovisión diferente en cada caso, incluyendo los plazos
para su creación. La escritura (podría aplicar a otros oficios de las bellas
artes) es un proceso similar.
Como
el Dios judeocristiano, hay quienes tienen una mente más metódica, planificada,
con procesos a seguir durante la creación. Se han formado una disciplina a tal
grado que trabajan con metas a corto plazo para llegar a un producto final de
manera segura en el mediano o largo plazo.
Se
trata de una creación que se estudia previamente, incluso antes de colocar la
primera línea y cada línea lleva su propósito. Me viene a la mente Stephen
King, de quien se dice tiene una meta diaria de redactar diez mil palabras, lo
que puede llevar varias horas, incluso todo un día.
Escritores
los hay que en este proceso calculado también llevan una rutina muy precisa,
desde preparar café suficiente para su momento de escritura o caminar al alba
antes de sentarse a escribir. Por lo regular este tipo de creación es realizada
durante la mañana, dando la impresión de que estas horas de luz (y de sonidos
en el entorno) son más propicias para la creación.
En
cambio, hay quienes buscan diferentes tipos de experiencias en su entorno de
las cuales se puedan alimentar para su escritura. También son analíticos, pero
se enfocan en la naturaleza humana, más que en hechos concretos que llevan una
secuencia, y a menudo sus momentos de escritura son espaciados, esporádicos, en
una explosión de inspiración.
Las
prácticas a las que recurren este tipo de escritores son de lo más dinámicas e
incluso pueden recurrir a aspectos metódicos que se intercalan con la
improvisación del día a día. Los hay quienes buscan un estado mental antes de
escribir y entre esas personas podemos encontrar a quienes gustamos de beber
alcohol para alterar los sentidos, así como otros tantos recurren a sustancias
psicotrópicas.
Lo
cierto es que la creación no es un proceso lineal. Incluso si se trata de un
proceso metódico, como el Dios judeocristiano, llega un punto en el que la
creación debería estar “lista” y, sin embargo, se hace una nueva revisión para
depurar lo que no debería acompañar a esa creación. ¿Ya les suena la analogía
del diluvio?
Yo
soy producto de otra creación, un proyecto a largo plazo que existe a pesar de
sí. El final se acerca, pero ignoro el desenlace.
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