3 de noviembre de 2019

261. La advertencia


Con frecuencia el ser humano es terco y su obstinación se impone sobre el razonamiento y la disciplina. La naturaleza es más sabia. No necesita leer etiquetas y símbolos que señalan alguna advertencia, les basta con un código de colores y formas básicas para entender que algo es peligroso.

         Ni siquiera la señal de una calavera y un código de colores del amarillo al rojo son suficientes para que el ser humano entienda que algo es peligroso o dañino. Esa obstinación (gallardía, atrevimiento) parece superar lo que dicta la razón sobre estas señales de advertencia.
         ¿Cuántas muertes se habrían podido evitar de haber leído una etiqueta previamente? Pocos son quienes leen hasta los instructivos, a pesar de saber cómo funciona cada cosa, y cuando al fin sucede la tragedia nos lamentamos por no haber hecho caso a las advertencias. “Muerto el niño, a tapar el pozo”.
         Incluso la naturaleza tiene sus propias señales de advertencia. Sabido es que los colores rojo y negro son peligrosos y que los colores llamativos son una advertencia para evitar la cercanía. Así lo demuestran varios reptiles cuyo código de colores nos indican cuál es venenoso y cuál no, aunque creo que es mal ejemplo si consideramos que a varios nos generan temor (o repulsión) todos los tipos de reptiles.
         En las relaciones humanas también hay señales de advertencia que a menudo preferimos omitir, especialmente cuando se trata de violencias, de relaciones tóxicas. A veces es ya muy tarde cuando queremos atender a la advertencia previa y sus señales. Así es como han “prosperado” (por decirlo de alguna forma, aunque la palabra da la sensación de optimismo y no lo es en este caso) los feminicidios y los homicidios, crímenes de odio que pudieron evitarse.
         En mi cotidianidad yo soy muy clara: lo digo verbal y no verbalmente. Soy un peligro, no te acerques, me odiarás toda tu vida o me amarás sin ser correspondido. Pero la terquedad es mayor y la gente prefiere ignorar mis advertencias hasta muy tarde, cuando y no hay marcha atrás.
         No tengo un colorido que advierta de mi peligrosidad. Me basta mi personalidad, mi propio nombre, Ofelia, una señal de advertencia anunciando que el drama acecha. Sobre aviso no hay engaño.

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