30 de noviembre de 2019

319. La privatización


Puede ser la dura cama,
la alfombra raída de la sala,
televisor no tengo
         -si no, con mucho gusto-,

mi colección de instructivos para todo
         -hay que decirlo, nunca faltan-,
la estufa,
         la vajilla,
el viejo refrigerador en marcha,
hasta la mugre pegada en la vitrina,
el canario que alegra mis mañanas,
mis treinta y dos tazas
más quebradas que mi propia sombra;
o tal vez mi librero favorito
         -con Oscar Wilde y la Beauvoir-,
la canasta de hacer compras,
mis revistas Cosmopolitan,
también la pila de cidís
         -total, Chopin no ha de fijarse-,
mi lámpara del art noveau,
quizá la estampa de San Juan,
mis cadenitas de oro
         -la abuela no reclama-,
la lavadora,
         la licuadora,
el pomo de la puerta si es preciso.

Que todo esto me embarguen,
mientras no me privaticen la sonrisa.

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