30 de noviembre de 2019

324. La desesperación


Escribo para ti, para que no me olvides, para que sepas que todo este tiempo miré por la ventana para verte, esperando que algún día regresaras y entraras por la puerta, que la historia de tu muerte no fuera más que una mentira. Me decía loca por tener la esperanza, por creer que volverías para salvarme de este abandono. Hoy ya no puedo seguir, tengo miedo de no recordar tus ojos un día más. Con el tiempo tu recuerdo se ha desvanecido hasta dejarme solo tus ojos. A pesar de todo, me he mantenido de pie, firme como los árboles. Hago mi vida como si estuvieras aquí, pero llega la noche y es tanto el silencio y tan fría la cama que ya no puedo continuar. Aún conservo tu retrato en sepia y sé que detrás de la fotografía todavía me miran tus ojos azules.

         Hoy escribo para ti, para que no me olvides por si vuelves cuando yo me vaya. Me niego a creer que el mar te devoró en esa tormenta, Jamás me enseñaron tu cuerpo para amortajarlo, tu cuerpo que fue mío y se entregó a mis ansias. Pero estoy sola, en estas cuatro paredes que me asfixian porque encierran tu recuerdo velado por el tiempo. En el armario encontrarás tu ropa lavada y doblada como cuando estabas a mi lado. En la despensa guardo algunos frascos de guayabas en almíbar que solías degustar después de comer, escuchando la radio junto a la ventana. Yo también escucho: escucho tus pasos por la casa, desde que me levanto hasta la hora de dormir. Pero hace mucho que aprendí a no dormir, porque al cerrar los ojos me imaginaba los tuyos encerrados en la boca del mar, gritando entre las olas, llamándome.
         Si me vieras ahora no reconocerías mis ojos. Se cansaron de amarte tanto, ahogándose, que se volvieron pasas con el llanto. Dicen que para quitar la irritación de los ojos cuando uno llora así basta con una infusión de manzanilla y descansar, pero no es suficiente. Me aterra tu imagen devorada por la fuerza de la ola. Pero hace tiempo que no lloro, ya no. No me quedan más lágrimas para derramar por tu memoria. Ahora lloro por dentro, para conservar tu imagen en mi corazón. Ahí habitas junto a cada latido que aún me permite seguir aquí, esperando verte cruzar la puerta con tu chaleco azul y tus botas de trabajo. La noche ya no tiñe de azabache mi cabeza. Estoy cubierta de arrugas y de nieve. Pero el tiempo no ha erosionado lo mejor de mí.
         Al despertar, me pongo la bata y salgo a recoger caracoles en la playa. Escucho con atención por si acaso me envías algún mensaje. Hasta la fecha solo he escuchado el rumor del mar, pero a veces, cuando el cielo está gris, como aquella tarde, me parece que oigo tu voz que me llama desde el agua. Cuando te escucho, me consuela saber que permaneces para mí, que te llevaste mi recuerdo a una aventura submarina. ¿Cómo son las noches en el mar? Aquí todavía brillan las estrellas, aunque a veces me parece que también te extrañan. Desde tu partida, la luz es más opaca. Hasta el sol parece más nublado. El mundo es una sombra independiente que lo cubre todo, que lo devora todo hasta llevar los colores de la vida a un matiz grisáceo.
         Al partir juré cerrar mi corazón y mis ojos para conservarlos a tu regreso. Mi vientre no sabe de preñez. Mi pecho no conoce otra función que caer y marchitarse con el paso de los años. Mis manos se han dedicado a cortar cebolla y tejer una gran manta para abrigarme por las noches. mi boca es una tumba que encierran las palabras no dichas desde que te fuiste. En mis pies guardo la memoria de mis pasos en tu búsqueda, al igual que mis ojos, que escudriñan el horizonte a diario por si te encuentran en la distancia. Sobre mi espalda cargo el peso de la espera que me hace cada vez más pequeña y corva, más vieja y más frágil cada vez. Pero aquí sigo, bebiendo tu recuerdo cuando acudo al muelle y me abandono al sonido de las olas.
         Escribo para ti el silencio que se filtra entre mis labios cosidos con cabellos, porque el dolor es tanto y la espera tan prolongada... A menudo me decía: “mañana será día, mañana volverá”, y pasaba la noche y le seguía el alba y tú no regresabas. Tejía y tejía sentada junto a la ventana por si acaso recibía noticias tuyas, cualquier cosa, pero la manta incluso basta para cubrir la casa entera y tú no llegas. Mi mundo se cae a pedazos sin ti, que me ayudaste a construir un futuro que nunca fue. ¿Dónde quedaron los hijos que llenarían de risas la casa?, ¿dónde los hoyuelos de los nietos cuando ya no pudiéramos dar más a nuestros hijos? He construido mis años con los sueños que tuvimos juntos, por eso me aterra dormir, porque los sueños serán más reales que el silencio que me habita.
         Cuando escucho los barcos llegar corro a la ventana con ilusión. Sí, todavía después de tantos años espero tu regreso. Mi corazón se agita como si fuera a conocerte por primera vez, me emociono tanto que después no encuentro sosiego al comprobar que tú no llegas, que no vienes en la tripulación. La gente ya no quiere darme razón de ti, aseguran que el mar te llevó consigo a las profundidades y que no volverás. Pero yo no me resigno, no cuando no tuve tu cuerpo para llorarlo y enterrarlo. Quizás entonces hubiera envejecido diferente, con arrugas de vida y no de tiempo, ahotada de una existencia plena. Pero me faltas para sonreír, me faltan tus ojos para mirarme en ellos y saber, tener la certeza de que aún existo, de que no soy un fantasma que vaga por la costa en espera de noticias.
         Soy la mujer que dejaste en la orilla agitando la mano para despedirte, aquella joven que ignoraba el presagio de ese cielo azul que te vio partir. Por la noche llegaron a la casa y me dijeron que el mar, el inmenso mar azul, devoró el barco y no hubo sobrevivientes. Me reuní con las otras viudas en el muelle para ver pasar los cadáveres de los otros, pero nunca vi tu cuerpo. Tu ausencia me dio fuerzas, me hizo creer que habías huido de la mentira y te refugiabas en un mundo de ficción, ignorante de mí, de que tenías un pasado que retomar. Te busqué por muchas partes: en el periódico, en el muelle, en las calles, los hospitales, en el alba y el ocaso, en el sueño y la vigilia, en el aroma de tu ropa y el sonido de tus pasos. Pero nunca te encontraron mis ojos.
         He vivido todos estos años a la expectativa, sin saber qué ocurrió. dónde se desvió la vida hasta tenerme sentada junto a la ventana ansiando tu retorno. Mi soledad es una mentira que no acabo de comprender. Sé que estás ahí, al otro lado del mar, que mi silencio y mi espera no han sido en vano. Tengo el presentimiento de que es así, ¿pero cómo tener la certeza? No importa dónde busque: si no te veo, estás vivo para mí. Solo hay un lugar al que no tuve el valor de acceder para encontrarte. Tal vez en las profundidades del mar aguarda tu cuerpo, conservado para mí, para que estos ojos llorosos te miren. Si no es ahí, nuestras almas se encontrarán al final del mundo, donde las sombras se mastican como los corazones y la palabra es un lenguaje desconocido.
         Si es verdad que me llamas desde la profundidad del mar, que todo este tiempo me has hablado desde los caracoles, me reuniré contigo. Ya tuve suficiente de silencio, de noches frías y mañanas sin sosiego. A pesar de todo, sigo creyendo que están en alguna parte del mundo, que en tus latidos hay un poco de mí que te acompaña. Si te miraras al espejo podrías encontrarme en el fondo de tus ojos, en ese azul que una vez te vio partir. Ahora sé que las olas también hablaban de ti, que todo el mar y toda la noche hablan de ti. Espera un poco, la eternidad aguarda.

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