16 de noviembre de 2019

289. La sedición


En un principio le llamaron “la primavera” como un movimiento juvenil que luchaba por sus derechos y su propio futuro. Hubo protestas por todas las calles, manifestaciones pacíficas y violentas, nubes de humo y banderas de colores. Calles llenas de gente que gritaba a una sola voz en contra de un sistema que les oprimía. Así fue la bienvenida al siglo XXI.

         Hoy lo entendemos como rebelión, como revolución, como la sedición y el hartazgo o rechazo ante un sistema opresor. Un movimiento colectivo que se unifica bajo una misma idea basada en principios universales (al menos para el universo conocido por Occidente).
         Recientemente la sedición ha alcanzado a países latinoamericanos por la libertad ciudadana de Venezuela, Chile, Bolivia, Argentina y dudo que falte mucho para el despertar de México y otros países americanos. A cada golpe, otro golpe. A cada injuria, una llamarada de paz. A cada acto de violencia, una reacción violenta.
         No sé si se avecina “el fin de los tiempos”. Es una época diferente a las guerras que hemos enfrentado como humanidad en el pasado. No se lucha por un territorio, por una monarquía, por una independencia. Se lucha por un sistema de derechos que se ven amenazados para dejar de existir.
         Parte contraria (complementaria), durante el siglo pasado hubo movimientos similares ante la carencia de derechos debido a un sistema de prejuicios, y se luchó hasta conseguirlos. Calles repletas de gente luchando por derechos igualitarios para mujeres, gente de otras razas, credos, orientaciones sexuales, color de piel, incluso por alguna discapacidad.
         Estos movimientos han sido cíclicos, se repiten al cabo del tiempo, han atravesado el curso de la historia y su propia intensidad en la lucha han hecho historia, así como han hecho historia los movimientos recientes en Venezuela, Chile y Bolivia.
         En los tres casos, mujeres, adultas, indígenas, con cubrebocas, en una silueta que emerge de entre el humo, el vandalismo, los destrozos de la lucha y los gases lacrimógenos, mujeres en indumentaria tradicional sosteniendo una vara, una rama, un palo, algo con lo qué poder golpear un enorme tanque militar, un casco de las fuerzas armadas, algún daño que se pueda infligir a aquellos que sirven al sistema de opresión.
         Lo he vivido. Lo sigo viviendo. Pero nunca he estado en el frente de lucha. Soy espectador y mi papel no es intervenir. Me guardo la experiencia para las reflexiones futuras.

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