22 de noviembre de 2019

313. El tacto


Toco madera y toco lo que ha sido tocado al tacto, con la yema de los dedos y las diminutas comisuras que dibujan una huella dactilar. ¿Qué tacto? Cualquier superficie, tangible o intangible, porque hasta el vacío y el silencio pueden ser cortados con una simple aguja.

         Ojalá hubiera aprendido a leer en sistema Braille, pero nunca me di la oportunidad. En su lugar me dediqué a tentar y tocar para conocer el mundo a través de mis manos (los ojos son otro tipo de experiencia y así con cada sentido). ¿A qué sabe la textura rugosa del cartón corrugado?, ¿a qué sabe la fría superficie del mármol y el granito?
         Toco la sábana y las cobijas al acostarme y nuevamente al despertar. Toco botones como el de la cafetera y luego el mango de la taza de café. Toco la silla, la mesa, la aspereza del filtro del cigarro. Toco mis párpados, la piel flácida de las mejillas (a esta edad no esperaba la lozanía de la juventud), la textura de mis cabellos revueltos tras una noche de pesadillas.
         Toco el eco dejado por el silencio de mis ansias. Toco la mañana que se filtra en las cortinas y a través de la ventana. Toco las horas, minutos y segundos que en su tránsito por este mundo hacen tic-toc sin mengua en su ritmo acelerado (o lento, según la perspectiva). Toco el polvo y el cochambre de los días que transcurren y acumulan memorias que han de oxidarse y acabar arrumbadas en una tumba.
         Y con los años aprendí que no es lo mismo tocar madera que una flauta, que tocar la espalda de otro ser humano no es igual que el lomo de un felino (triste recuerdo de Adolfina queda entre mis dedos), que el agua es fría mientras no se agiten sus moléculas, que todo este saco de huesos está integrado por diferentes texturas que acabarán en polvo una vez que suceda lo que ha de suceder.
         Pero tanto tocar deja secuelas. Hoy mis dedos son de bruja que intenta seducir a los últimos días de la existencia. Esta artritis, aunque limita mi tacto, aún me permite tentar las horas del destino que se cierne a la alborada. Toco madera y el remanente dejado por el sueño. Toco el velo de mentira y la obtusa verdad que se oculta detrás.
         Toco.

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