14 de noviembre de 2019

277. El hecho


Vivimos en un mundo que, por un lado, exige la comprobación de hechos y fenómenos bajo leyes medibles, y por otro lado, omitimos la comprobación para creer ciegamente en algo, aunque sea una mentira.

         Si digo que aborrezco la vida, con esas letras, hablaré de una circunstancia particular, individual, que no genera empatía ni afinidad con un “otro”, mucho menos si es a título personal y lo digo en persona o a través de una red social (aunque en este caso tal vez genere alguna reacción).
         Si lo digo a través de alguna otra plataforma, como un sitio web de noticias y lo comparto en las redes sociales bajo un título más “universal”, como “una vida más corta es más satisfactoria, dice estudio”, tal vez genere una reacción en cadena por afinidad o empatía, a pesar de que el contenido sea una circunstancia individual, sin llegar a convertirse en un hecho comprobable.
         La subjetividad de la vida y las herramientas para vivirla nos han convertido en una ficción de nuestro propio sistema. No obstante, mientras haya una segunda persona que comparta nuestra circunstancia, el mundo moderno puede darlo por hecho, si no comprobable, al menos no como un caso individual, y quizá derive en un nuevo estudio en alguna universidad desconocida para tratar de justificarlo, demostrarlo y convertirlo en una nueva teoría.
         Ojalá la vida fuera más que un hecho comprobable por métodos accesibles para todo mundo. Pero la ficción supera a ese sistema de normas y trasgrede la realidad conocida. La verdad tiene grados de verdad. La ficción sigue siendo ficción, sin descartar sus grados de verdad.
         El único hecho que podemos concebir es la muerte, porque cuando sucede lo que ha de suceder, es una circunstancia compartida, medible y comprobable. El nacimiento, en cambio, nunca llega a consumarse hasta insertar en nuestro sistema de creencias algún postulado en torno a la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario