17 de noviembre de 2019

294. La lista


Si no enumeramos las cosas que nos proponemos hacer, parece como si no existieran o si corrieran el riesgo de ser olvidadas por nuestra corta memoria. Es el pan de cada día y no miento al afirmar que esta práctica se ha vuelto generalizada, pues incluso se realiza de forma inconsciente.

         Vayamos a la cotidianidad. En el transcurso de la mañana, incluso antes de salir de casa, uno piensa en las cosas que hará durante el día: qué prepararemos de desayuno, a qué hora debemos estar listos para salir de casa, hacer el cálculo de la hora en la que tomaremos el autobús hacia nuestros destinos, los trámites y pendientes laborales que debemos resolver durante la jornada (incluyendo una lista específica en orden de prioridad), qué prepararemos de comer, qué pendientes dejaremos en el trabajo para la jornada del día siguiente y así hasta llegar la noche, e incluso durante la noche, si el insomnio cobra factura, nos dedicamos a pensar en los problemas que no pudimos resolver.
         Hay listas específicas como las que hacemos cuando acudimos a comprar insumos: frutas y verduras (siempre pensando previamente qué prepararemos de comer durante esa semana), lácteos, panes, carnes, cereales, granos, enlatados, productos de limpieza, desechables, artículos “capricho” (porque nunca falta esa pequeña satisfacción propia), artículos de aseo personal y una larga lista, tan extensa como lo permita el bolsillo.
         Igual ocurre cuando recibimos nuestro salario. Pensamos el monto total y lo distribuimos según los gastos considerados y los que arrastramos previamente: compromisos como el pago de la renta, agua, luz, gas, telefonía, internet, cable, celular, la cuota del velador, el abono de los zapatos, el pago de los productos de catálogo que recién nos fueron entregados, el monto correspondiente a los traslados y pago de transporte, alimentación, etcétera, y cuando surge un imprevisto casi nunca cuidamos de guardar otro monto para esos casos.
         Más listas existen, como la agenda telefónica, las canciones escuchadas y por escuchar, los libros leídos y pendientes de adquirir, el árbol genealógico y los miembros que se fueron y los recién llegados, las listas de amigos y conocidos, entre otras más.
         Al momento de morir, frente a nuestros ojos repasamos esa larga lista de recuerdos y memorias de todo tipo (imposible determinar la temporalidad y la duración de ese instante) y la otra larga lista de pendientes que dejamos en vida porque lo que ha de suceder sucedió antes de lo que pensábamos. Pero incluso al morir formamos parte de otro listado y nos sumamos a las estadísticas sobre defunciones ocurridas en determinado lapso. ¿Cuál lista será nuestra prioridad?

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