Todavía en esta época prevalece un juego infantil (también practicado por los adultos, en ocasiones sin la parte del juego) llamado “escondidas” que consiste en ocultarse de la vista del “otro” y ser la última persona en ser encontrada para ganar el juego, incluso si pasado un tiempo no somos hallados por el buscador.
Para jugar se requiere al menos de dos personas: una que busca y otra que se oculta. El tiempo del juego es impreciso. Incluso si la persona oculta no es encontrada, el juego puede prolongarse durante días o semanas (recuérdese la saga de “Los juegos del hambre” donde la protagonista y los otros jugadores deben esconderse durante todo el juego como una forma de supervivencia).
Pero volvamos a la infancia. Uno a veces peca de inocente y es imitado en su inocencia por algunos animales que creen que cerrando los ojos se ocultan de la vista del “otro”. Conocí el juego en mis tiempos de juventud, aunque nunca participé en el a manera de juego.
Luego de mi separación de Rebeca, viviendo en las calles, vi en varias ocasiones diversos grupos de niños que jugaban al escondite. Una persona se colocaba junto a una pared y cerraba los ojos mientras contaba hasta determinado número. Terminada la cuenta se dedicaba a buscar a los “otros” y si encontraba a todos, ganaba la partida y le sucedía la primera persona que hubiera sido hallada.
Con el tiempo me sentí en la misma dinámica, pero en otras circunstancias. Recurrí a numerosos disfraces para ocultar mi identidad. Era perseguida. Era la presa que se convirtió en cazador. Tendí mis redes. Habilidosa matriarcal, opté por ser quien buscaba a su cazador y le maté. Me negué a ser la víctima, una más de quien estaba fichado por la policía internacional debido a los múltiples delitos (graves en su totalidad) que había cometido en varios países.
Actué sola, por voluntad, como un instinto de supervivencia (a pesar de renunciar a mi vida y mi existencia). Tenía la sensación de que incluso la muerte tendría que ser por mano propia y no a manos de alguien más. Tonta de mí. Cuando suceda lo que ha de suceder, hasta el silencio tomará mi mano y empujará la daga.
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