Rebeca tenía una gracia y un don para mostrarme las bellezas del mundo a través de los sentidos. Quizás intuía ese desapego que sentía por mi propia vida y existencia y se esmeraba en anclarme a este mundo, tratando de que descubriera que existen cosas por las que vale la pena vivir. No lo logró, aunque consiguió que amara la belleza en ciertas cosas.
Esta época del año me hace revivir cierto amor (nostalgia podría ser) por la armonía musical de los villancicos, esos cantos tradicionales en la cristiandad que se han extendido por Occidente, adaptándose a cada cultura, con la finalidad de evocar el punto en el que se divide el Antiguo Testamento del Nuevo Testamento en las Sagradas Escrituras de la tradición judeocristiana.
Muchos son los villancicos que he escuchado a lo largo de setenta calendarios y sus lunas respectivas, pero ninguno como aquellos interpretados por la canadiense Loreena McKennitt. Hará cosa de unos años cuando escuché por primera vez “To drive the cold winter away” y sentí que esa nostalgia me penetraba de una forma que ninguna otra melodía o voz habían podido.
El sentimiento (la sensación) se agudizó años más tarde, cuando escuché por primera vez “The Holly & the Ivy” y “Emmanuel” (esta última, un villancico tradicional de la vieja Escocia que cuenta con numerosas interpretaciones de variados artistas, pero ninguna como la original en voz de Loreena McKennitt).
Nadie podrá conocer realmente esto que siento cuando escucho esas melodías, porque hay que vivir la misma piel para sentirlo. Nadie más sabrá por qué he elegido “Ancient Pines” como la melodía que quisiera en mi funeral. Sin letra, únicamente la vocalización y un cello que acentúan esa fragilidad mental y emocional que me ha dominado en todo este tiempo.
Disculpen las palabras de esta anciana que aún vislumbra sus años con un filtro de nostalgia. En la vida no nos quedan más que los recuerdos y muchos de ellos están marcados por los villancicos que interpreta esa voz de una canadiense que perdió a su amor en el mar.
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