Si la piel conservara las memorias, qué cosas contaría, pienso, aún con la aguja enhebrada dispuesta para comenzar la flor de lis número treinta y cinco desde hace décadas o tan solo unos minutos en los que he cerrado mis ojos para recordar. ¿Por qué la prisa?
Tantos años y hay quienes aún no han aprendido que las cosas serán o no serán, sin importar el círculo ritual para tejer un destino. Porque la vida curte en formas extrañas y a menudo incomprensibles para la lógica que les rige.
Al final no se aprende de la risa, se aprende de los golpes de la vida y una flor de lis omitida en los metros y metros de tela para un vestido de novia en algún momento serán la cuerda en el abismo para escapar de los horrores, así sea utilizada para terminar con la vida. Eso lo saben los ojos de bruja, de pitonisa, de oráculo maldito por la epifanía.
Estos ojos ya han visto demasiado, pienso, aún con la aguja empuñada entre los dedos de bruja que indecisos mantienen la hebra en suspenso antes de continuar la labor o abandonarla. Porque “hoy puede ser el día”, me recuerdo, mirando por la ventana el verano que anuncia el testamento escrito para ese momento, cuando suceda lo que ha de suceder. Y así lo constató el señor escribano:
Que no haya lugar a dudas sobre esta, mi voluntad arcaica, donde he de dejar testimonio de mi existencia y la espera en el umbral, con las maletas hechas para cuando suceda lo que ha de suceder.
Aquí dejo mi cajita de sueños rotos, algunos desde la infancia, con la sombra que nunca pude ser porque aspiraba a “ser” (mariposa, una estrella que se impacta en la nostalgia, el segundo de felicidad en corazón ajeno, el horizonte que despunta al alba) cualquier cosa más allá de ser mera sombra.
De mis ojos dejo testimonio, de todo el mundo atrapado en la pupila, aunque mirara atrás mil veces y mil veces más mirar el frente, al horizonte que se esconde de mí, aunque mirara al piso indagando dónde dar el siguiente paso, aunque mirara dentro y no encontrara más que el eco de mis años.
Testamento dejo del espacio que he llegado a ocupar en este mundo, del recipiente en el que habito, un recipiente llamado cuerpo en el que han estado condenadas mi vida, mi existencia y lo que resta, un polvo de estrellas y un poco de ceniza para estar segura de que no habrá más vida en este cuerpo.
Apunte bien, señor escribano, que es mi voluntad dejar atrás el camino recorrido y los senderos que jamás llegué a descubrir. Apunte bien, que no quede duda de los pasos dados y los no andados, porque dudé mil veces de mi trayecto y me perdí mil veces en la locura de mi pensamiento.
Que la duda no quepa sobre mi existencia, aunque renunciara a ella una y mil veces, desde el origen del mundo y en su día final, porque fui traída a pesar de mi voluntad y mi falta de voluntad para vivir. Que no quede duda de mi renuncia, por mucho que el tiempo deseara prolongar este objeto de renuncia.
Aquí dejo mi abandono, la página en blanco jamás escrita, porque el espacio en blanco también es escritura, como el silencio en una sinfonía. Apunte bien, señor escribano, apunte las páginas que conservaron su blancura y ansiosas de mi tinta hoy perecen en blanco porque así es mi voluntad. Que sea mi voluntad y no la suya, que para eso dejo testamento de lo no vivido.
De mi silencio dejo testimonio, de todas las palabras y los nombres que morirán atascados en mi garganta, aquí donde la vida se atraganta, incapaz de invocar esas palabras que hablen de mí, de lo que ocurre dentro, aquí donde me late un hongo seco en lugar de corazón.
Apunte bien, señor escribano, apunte el testimonio de la cama, del alba y de la noche, de la estrella fugitiva y la vida que fenece en las alas de las polillas que me habitan. Apunte bien, que no quede duda de mi última voluntad, porque ha de ser mi voluntad y no la suya, la de ellos, los otros, aquellos que con dedo inquisidor colocan frases de mentira en las lápidas de cada tumba, aunque la piedra no conserve el nombre.
Apunte bien, que mi nombre morirá en silencio.
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