En la antesala del fin uno prepara un listado de hechos y experiencias vividas durante el ciclo que está a punto de concluir, como un recuento que nos permita memorizar y constatar el aprendizaje antes de ingresar a un nuevo ciclo, una nueva aventura, así sea más allá de la muerte.
Recuerdo a una persona que solía salir cada noche en busca de diversión (perderse en el alcohol, diría más bien) y al volver a casa siempre tenía un hábito que se mantuvo hasta el último de sus días: revisar su cartera y hacer cuentas de los gastos realizados esa noche, tratando de recordar cada moneda y cada billete y en qué fue empleado.
Algo similar ocurre al cierre de un ciclo. Uno evalúa el periodo que duró determinado ciclo, las experiencias vividas (y las no vividas) e incluso qué cambió en uno mismo desde el inicio del ciclo hasta el final. Dicen que “uno no se baña en el mismo río dos veces” (aunque Homero se inclinara más por un “cambian su cielo, pero no su alma quienes cruzan el océano”).
Cada día de este año (trescientos sesenta y cuatro días, para ser precisa) me he dedicado a escribir una cuartilla sobre todo esto que me habita y hoy que es la antesala para concluir un ciclo me detengo a hacer un recuento de esta experiencia.
No me siento mejor o peor que el primer día. Diferente, tal vez. Con las ideas un poco más claras porque de esto he sacado una lección: el acto de escribir, la escritura en sí misma, es un acto de liberación que me ha permitido leer la maraña de mis pensamiento, incluso si no encuentro la punta de la madeja.
Tal vez no trascienda mi pensamiento, pero el silencio que quedará una vez que suceda lo que ha de suceder, cuando suceda, será menos denso y menos pesado que la carga que hoy arrastro con mi existencia. Quizá mi espíritu llegue a descansar en paz, como se suele decir, y no permanezca anclado a una existencia que aún hoy se aborrece.
En este recuento me quedo con los momentos de frustración y la incapacidad de redactar siquiera una palabra, pero también me llevo la capacidad de reponerme y continuar el camino, más como reto personal que como un acto de voluntad y entereza.
Este tren casi llega a su destino e ignoro qué pasará entonces, al siguiente día, en el primer minuto del nuevo siglo. La vida está hecha de momentos fortuitos.
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