A veces considerada como una de las principales herencias en algunas familias, la vajilla de un hogar forma parte de su historia y su simbología, está presente en la mayoría de los rituales sociales e incluso llega a trascender su función de recipiente para los alimentos.
En las antiguas culturas se han encontrado vestigios de vajillas en múltiples materiales, desde la piedra y la madera hasta metales preciosos como el oro y la plata, pasando por la cerámica y el vidrio hasta el unicel y el plástico que dominan nuestros días (como una manifestación de lo “desechable” que caracteriza a estos tiempos).
En mi vida he visto algunos contrastes entre las familias y su relación con las vajillas. Pondré como ejemplo a Rebeca, con quien pasé gran parte de mi infancia y juventud. En el comedor había una gran alacena donde guardaba con cuidado una enorme vajilla para veinticuatro personas, herencia familiar que venía desde finales del siglo diecinueve.
Era porcelana decorada con motivos florales y el juego de tazas para el café (incluyendo la tetera) mostraba varias escenas de la vida cotidiana, principalmente mujeres, en tonos azules, amarillos, verdes y rosados. Aunque había una vajilla más sencilla con línea azul rey y en color blanco para uso cotidiano, la vajilla heredada era utilizada en ocasiones especiales que ameritaban ser recordadas.
Con el paso el tiempo y mis cambios de residencia, llegué a abrir una de tantas revistas “feministas” (al menos en apariencia) durante los ochentas y noventas del siglo pasado. “Cosmopolitan”, si mal no recuerdo, aunque luego se sumarían otras publicaciones con la misma tendencia como “Vogue” o “Harper's Bazar”. Y había un apartado que se mantenía constante donde se ofrecían las novedades en vajillas y esa tendencia a renovarlas cada año.
Ahí surgió esa aparente necesidad de desechar lo viejo y cada año tener objetos nuevos, como sugiriendo la capacidad económica que se permitía lo desechable (en todos los sentidos, en una especie de “año nuevo, vida nueva”). Así se perdió esa aprehensión hacia los objetos que nos fueron heredados, incluyendo las vajillas y la historia contenida en ellas, hasta llegar a los productos desechables, contaminantes, pero fabricados en masa.
Desde que vivo en este hogar he usado una sola vajilla, una con motivos similares a la que utilizaba Rebeca hará cosa de cincuenta años. Cierto es que tiene varias fisuras y en algunos bordes está despostillada, pero le tengo aprecio a esos objetos cotidianos donde se ha vaciado parte de mi vida. Al menos los objetos no te juzgan.
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