Cuando suceda lo que ha de suceder, cuando suceda, nadie llorará mi lápida ni mi sepulcro. Y, sin embargo, el tiempo dirá si mi silencio me trasciende o si deja de existir.
Nada,
ni flores en la cama
o un rosario en la cabeza de mi lecho.
Ninguna mano que ocultara mi partida
o dispuesta a amortajar el cuerpo.
Ningún Avemaría en mi presencia,
ningún Padrenuestro al ausentarme.
¿Para qué comprar tres velas
que den luz a una estancia decadente?
Nadie lloró por mi silencio,
por esta boca amurallada
condenada a repetir su invierno.
Nadie cambió la bacinica
ni corrió las cortinas
para ver el alba.
Nadie me dio santo y seña
del instante en que se abre el cielo
solícito
a recibirme.
No más luna de octubre en la ventana.
No más caldos hervidos en la estufa.
No más hueso ni piel ni ojos de barro.
Una vida es suficiente.
¿Por qué buscar sentido a la existencia?
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