9 de junio de 2019

151. La pira

Hace unas horas vi el video musical de Madonna para su sencillo “Dark Ballet”, evocando los últimos momentos de Juana de Arco antes de ser quemada en una hoguera por sus “visiones”. Es un ejemplo del uso de las piras basados en fundamentalismos, aunque la historia nos ha dado muestras de que hay diversos matices en torno a ellas.

         En la antigüedad clásica, los pueblos (especialmente los griegos) solían construir piras “funerarias” para incinerar los cuerpos de aquellos héroes caídos en batalla o de los grandes personajes de la nobleza. Colocaban dos doblones sobre sus ojos para pagar la cuota al barquero que los llevaría “a través” y “más allá”.
         La tradición judeocristiana cambió estas prácticas consideradas paganas e impuso el enterramiento como “descanso eterno”, bajo la idea de que vendría el día del Juicio Final en el que los cuerpos se levantarían de sus tumbas para ser juzgados según el Libro de la Vida y pasar la eternidad en el Cielo o el Infierno.
         En ese contexto, las piras funerarias pasaron a convertirse en el suplicio de quienes salían de la doctrina judeocristiana. Los jueces de la Iglesia castigaban el cuerpo en esa pira, lo quemaban para condenar el alma a la no existencia, que la persona no tuviera la oportunidad de resucitar de entre los muertos y gozar de la “vida eterna”, independientemente de que fuera en el Cielo o el Infierno.
         La no existencia era el mayor de los castigos para quienes creían (y siguen creyendo) en la vida “más allá”. Es la nulificación del individuo, borrar sus huellas, que no queden indicios de que alguna vez existió. Y sin embargo existieron, han existido y siguen existiendo, aunque sus nombres (muchos) se hayan perdido con el transcurrir del tiempo.
         En nuestra vida cotidiana utilizamos la pira como acto simbólico para “dejar ir” aquello que nos afecta, con la esperanza de que el fuego consuma esa energía y la transforme en meras cenizas que no volverán a dar vida.
         A lo largo de los años, solo en dos momentos he construido una pira para quemar esas cosas que me han afectado. Nunca se fueron, permanecen en mi memoria, pero el acto simbólico me dio la fuerza para plantarme ante el mundo y ser quien soy, independientemente de que renuncie a mi vida y mi existencia.
         En algún momento, cuando suceda lo que ha de suceder, erigiré mi última pira y quemaré todo esto que he sido y he dejado de ser. Mi nombre será devorado por las lenguas de fuego para convertirse en cenizas y tornar al silencio del que vine. Porque aquí dentro “me latirá un hongo seco en lugar de corazón”.

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