Hace unas horas vi el video
musical de Madonna para su sencillo “Dark Ballet”, evocando los últimos
momentos de Juana de Arco antes de ser quemada en una hoguera por sus
“visiones”. Es un ejemplo del uso de las piras basados en fundamentalismos,
aunque la historia nos ha dado muestras de que hay diversos matices en torno a
ellas.
En
la antigüedad clásica, los pueblos (especialmente los griegos) solían construir
piras “funerarias” para incinerar los cuerpos de aquellos héroes caídos en
batalla o de los grandes personajes de la nobleza. Colocaban dos doblones sobre
sus ojos para pagar la cuota al barquero que los llevaría “a través” y “más
allá”.
La
tradición judeocristiana cambió estas prácticas consideradas paganas e impuso
el enterramiento como “descanso eterno”, bajo la idea de que vendría el día del
Juicio Final en el que los cuerpos se levantarían de sus tumbas para ser
juzgados según el Libro de la Vida y pasar la eternidad en el Cielo o el
Infierno.
En
ese contexto, las piras funerarias pasaron a convertirse en el suplicio de
quienes salían de la doctrina judeocristiana. Los jueces de la Iglesia
castigaban el cuerpo en esa pira, lo quemaban para condenar el alma a la no
existencia, que la persona no tuviera la oportunidad de resucitar de entre los
muertos y gozar de la “vida eterna”, independientemente de que fuera en el
Cielo o el Infierno.
La
no existencia era el mayor de los castigos para quienes creían (y siguen
creyendo) en la vida “más allá”. Es la nulificación del individuo, borrar sus
huellas, que no queden indicios de que alguna vez existió. Y sin embargo
existieron, han existido y siguen existiendo, aunque sus nombres (muchos) se
hayan perdido con el transcurrir del tiempo.
En
nuestra vida cotidiana utilizamos la pira como acto simbólico para “dejar ir”
aquello que nos afecta, con la esperanza de que el fuego consuma esa energía y
la transforme en meras cenizas que no volverán a dar vida.
A
lo largo de los años, solo en dos momentos he construido una pira para quemar
esas cosas que me han afectado. Nunca se fueron, permanecen en mi memoria, pero
el acto simbólico me dio la fuerza para plantarme ante el mundo y ser quien
soy, independientemente de que renuncie a mi vida y mi existencia.
En
algún momento, cuando suceda lo que ha de suceder, erigiré mi última pira y
quemaré todo esto que he sido y he dejado de ser. Mi nombre será devorado por
las lenguas de fuego para convertirse en cenizas y tornar al silencio del que
vine. Porque aquí dentro “me latirá un hongo seco en lugar de corazón”.
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