27 de junio de 2019

176. La confesión


Yo confieso ante ti, lector, que mi vida es una ficción, una quimera, un sueño, un imposible, algo fugaz que contiene todas las posibilidades para la existencia y ha escogido solo una en cada ocasión.

         Confieso que he mentido, he robado, he matado, me he arrepentido y me he retractado. No tengo convicciones ni metas a cumplir porque desde hace mucho he renunciado a mi existencia. Conservo un nombre que me ha sido impuesto y aunque no lo odio, tampoco siento que me represente.
         Ofelia es drama, es tragedia, es una historia de lágrimas que nunca florecieron, una lengua de sarcasmo y de veneno que agotó su léxico amoroso. Porque el amor, lo confieso, es una palabra vacía en mi vocabulario.
         Me confieso aquí, en este espacio en blanco, adormecida por las horas más sobrias de la vida, porque mi vida es el alcohol que me permite ahogar todo este cúmulo de memorias que se niegan a morir. Esa es mi existencia: una vida a la que renuncio y renunciaré mientras este corazón siga latiendo.
         He de confesar también este hastío que me domina y se manifiesta cada mañana frente al espejo, ahí donde me reconozco en el monstruo que refleja, un “otro” condenado a ser sí mismo, un “otro” a quien le han arrebatado su voluntad desde antes de ser traído al mundo. La vida es la palabra y el silencio que avinagra.
         Me confieso desde algún punto del mundo, en algún momento de la historia que no es este presente, ni ha sido ni ha de ser, pero es un tiempo posible mientras no se manifieste. En la confesión abro el dique de esta presa que es mi cuerpo para vaciar un poco del dolor que contiene, rebosa y no detiene.
         Hablo de mí porque mi existencia me ha dado una boca para articular palabras. Hablo de mí porque estas manos aprendieron a escribir grafías en diferentes lenguas para comunicarse. Hablo de mí y del paisaje interior que no encuentra otra forma de manifestarse que a través de las palabras.
         Perdóneseme el decoro y la ligereza de mi verbo, no tengo justificación. A veces culta, a veces cutre y ejidal, mal hablada, un poco sosa, reflexiva, filosófica, pero crítica por sobre todo. Me cuestiono y cuestiono este entorno porque no tengo otra forma de ganar mi batalla contra la existencia.
         Ya he vivido suficiente penitencia y no fueron tres rosarios, ni diez avemarías, ni veinte padresnuestros. He sorteado setenta calendarios con sus lunas y en cada luna seis días de sangre durante treinta años. Viví lo que pude soportar.
         De mí confieso que no tengo absolución. Desde antes de nacer, mi vida ya estaba muerta. Mi nombre no figura en el Libro de la Vida. No espero la resurrección ni la vida eterna. Una vida es suficiente.

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