Pienso en el punto de ebullición
en el que el agua hierve y me imagino las moléculas de hidrógeno y oxígeno
agitadas por el calor en una masa líquida que se evapora. La vida también tiene
sus momentos de ebullición. Crisis. Salir de ellas es como apagar el fuego que
mantiene el hervor.
En
cada individuo varían su duración, aunque la constante es sentirse como en un
pozo bajo la lluvia y que poco a poco se va llenando, nos angustia, incluso
entramos en pánico porque el pozo se llena y no podemos salir de él. Algunos
mantienen la calma aunque tengan el agua hasta el cuello, sin embargo, otros no
sobreviven.
Ya
hace algunas semanas hablé de la catarsis ante una crisis, especialmente en
ciclos de siete años que marcan cada etapa de nuestras vidas, al menos desde mi
perspectiva, y cada crisis se afronta de manera diferente porque en cada etapa
somos distintos, la vida nos ha curtido en variadas formas que nos pueden
llevar a tomar determinadas decisiones.
No
obstante, sigo pensando en la crisis y esa sensación de estar en un pozo que se
va llenando de agua, uno sin saber nadar, con una angustia creciente que nos
inmoviliza, bloquea nuestro pensamiento lógico y por un momento (puede ser un
instante) llegamos a perder los estribos para asomarnos al abismo y mantenernos
en la frontera, en el límite de la indeterminación, con el vértigo ante el
vacío que se abre ante nosotros.
Sé
que son muchas imágenes que se superponen en esta idea de crisis. Es mi
perspectiva desde la locura en la que habito (o me habita, ya no lo sé). Se ha
dicho que no hay mal que dure cien años, del resto del dicho difiero.
Una
crisis no puede prolongarse durante toda la vida. Tiene sus momentos de
altibajos. De prolongarse, nos coloca en el patíbulo y aprieta la soga para
asfixiarnos. Así se han perdido muchas vidas y aunque existan señales evidentes
para “los otros”, a la modernidad le incomoda el dolor ajeno.
Aunque
la depresión sea el gran mal del siglo XXI, la individualidad del ser ha
llegado a tal grado que se incrusta en el pensamiento de las mayorías esa idea
de que “si no me afecta, no me incumbe”. Por eso insisto que a este mundo, a
esta época, le hace falta empatía ante el dolor ajeno.
¿He
vivido crisis? Sí, varias, cada una de forma diferente. Pero en todas se ha
mantenido ese tedio por la vida y mi repugnancia por la existencia. Me he
negado a “ser” y he sido al negarme a “ser”. Así de contradictoria es la vida y
te curte con cada crisis. ¿Karma? No, la vida solo te devuelve las atenciones.
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