Odio a las palomas. No hay
persona en el mundo que me haga cambiar de opinión. De entre todos los animales
que me parecen detestables (porque tengo una larga lista), las palomas están en
primer lugar.
Contrario
a esa idealización como símbolo de la paz y del llamado “Espíritu Santo” en la
tradición judeocristiana, las palomas me parecen las aves más desagradables
porque ni siquiera tienen un canto melódico como los ruiseñores o los canarios,
son aves muy sucias y dañan los edificios en los cuales se posan.
¿Cuántos
no hemos sido testigos de episodios en los que una paloma vierte sus
excrementos (a veces como una diarrea monumental) sobre los parabrisas de
vehículos en marcha e incluso estacionados, sobre los paraguas y sombrillas,
encima de la gente, bañándoles el cabello, el rostro, la espalda, con todo ese
excremento difícil de borrar por su acidez.
A
propósito del excremento de paloma, para darnos una idea de por qué son odiosas
estas aves, traigo a colación un episodio de la serie “Emergency Room” en el
que llega una persona con un cuadro clínico muy complicado y dos médicos tienen
una sospecha sobre el origen de su malestar. Acuden al departamento donde vive
el paciente y descubren que tenía un pequeño huerto cuyo abono principal era el
excremento de paloma (sí, lo sé, hay gente inútil a ese grado).
Yo
misma viví un episodio grotesco con las palomas en mi juventud. Iba por la
calle muy sonriente, incluso reía con toda la boca abierta, y una paloma
decidió que tanta felicidad no era posible, aquí que emprendió el vuelo y justo
cuando se acercaba, parece que hizo cálculos matemáticos involucrando la
velocidad, la trayectoria, la gravedad e incluso la resistencia por la densidad
de materiales y su excremento fue a caer a mi boca.
Las
palomas son las aves más detestables, lo repito. Habitan en los aleros de
viejos edificios, muchos con valor patrimonial para la humanidad, y no tienen
empacho en descargar sus excrementos sobre la roca para dañarla con sus
químicos tan ácidos, sin olvidar esa manía de picotear la piedra y desgastar
las estructuras hasta que colapsan.
He
visto fotografías de plazas públicas donde hay parvadas de palomas que se
congregan cuando alguien les ofrece migajas de pan. Algunas son estéticamente
bellas, las fotografías, pero sigo odiando a las palomas incluso en esas
fotografías porque siento que en cualquier momento se transformarán en unos
seres malévolos y montarán una escena como la del filme “Las aves”, de Alfred
Hitchcock.
Dejemos
de sublimar a las palomas.
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