Hay quienes tienen una mente tan
estrecha que les impide procesar el mundo más allá del binarismo al que han
estado sometidos, en una especie de maniqueísmo de la cotidianidad, que dejan
fuera tantos matices. No les culpo, el sistema en el que viven les ha
bombardeado la mente a tal grado que no distinguen esos ligeros matices que dan
color a nuestra realidad.
La
primera vez que escuché hablar sobre el binarismo fue cuando llegué a estudiar
informática. Ahí nos enseñaban sobre el “código binario” como fundamento base
de la informática y la programación, código que reducía toda nuestra realidad a
una “digitalidad” de ceros y unos. En aquel entonces nos sorprendía todo lo que
podíamos crear a partir de combinaciones entre ceros y unos, pero luego vino
otra realidad donde el color era el protagonista.
Fue
muy curiosa la transición que se vivió en los primeros estudios sobre el género
y la diversidad sexual porque partieron de romper con los estereotipos (y
prototipos) impuestos socialmente para los géneros. Hablamos de disidencias,
donde los cuerpos eran algo más que hombres y mujeres a partir de su
genitalidad.
Así
surgieron numerosas tipologías y etiquetas para describir (y clasificar, qué
contradictorio, pienso) todo ese abanico de posibilidades que van más allá del
binarismo “hombre/mujer” o “masculino/femenino”, elementos que forman parte de
las identidades, pero que no las determinan.
Algo
importante que aprendí con la experiencia es que hay dos elementos
fundamentales para entender el género y su relación con la identidad: cómo se
identifica cada persona en relación con el género
(mujer/no-mujer/hombre/no-hombre) y cómo es percibida la persona por “el otro”
en relación con el género.
Conocí
a alguien cuyo cuerpo y formas de ser eran muy femeninas, aunque siempre se
identificó como hombre. Sin embargo, entre “los otros” siempre había confusión
porque le percibían como mujer y como hombre al mismo tiempo, incluso se
llegaban a referir a él en masculino o femenino de manera indistinta sin que
eso causara mayor problema.
Ese
es un ejemplo de la identidad y la representación en relación con el género. En
mi caso, he tenido muchas identidades, nunca como el caso que comento, aunque
me agrada moverme en un espectro más amplio. Las cicatrices en mi cuerpo son el
único indicio que me queda de todas las etapas e identidades vividas.
Hoy
soy lo que he querido ser, aunque renuncie a mi existencia.
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