Es el día más largo del año,
según las mediciones de la ciencia. El solsticio de verano. Es el inicio de una
nueva estación que sucede a la primavera. Lluvias, abundante vegetación, flora
y fauna en su apogeo, los cuerpos danzando al calor del sol que se abalanza
sobre las pieles al descubierto.
Hace
muchos años, cuando escuchaba la palabra “verano”, imaginaba a varias mujeres
en traje de baño, algunas en bikinis de colores, con grandes pamelas para
proteger su rostro de los rayos del sol y unas gafas oscuras enormes para
cuidar su vista de tanta luminosidad.
Pensaba
en una playa frecuentada por bañistas de todas las edades, algunos recostados
en camastros sobre la arena, otros más tomando un bronceado a ras del suelo
apenas recostados sobre una toalla de enormes proporciones, unos más sentados a
lo lejos bajo unas enormes sombrillas de colores mirando a otros bañistas
disfrutar de la frescura del mar y de las olas que suavemente acariciaban la
orilla de la playa.
En
algún punto se encontraban pequeños grupos de niños recogiendo conchas o
construyendo castillos en la arena húmeda. Algunos jugaban a cubrirse las
piernas con la arena de la playa y formar diversas figuras, aunque se
decantaban por las colas de pescado simulando ser sirenas o tritones.
Eso
imaginaba al escuchar la palabra “verano”, una imagen que después pasó a
convertirse en grandes parques con lagos naturales o artificiales, mucha
vegetación, botes que llevaban y traían a numerosas familias que disfrutaban
del calor y el buen tiempo para realizar actividades al aire libre, como
pescar, un “día de campo” con viandas y rico vino blanco para refrescarse,
juegos de pelota y caminatas descalzos sobre la hierba húmeda.
Tal
vez en algún tiempo llegué a disfrutar del verano. No en la playa, tampoco en
los grandes parques que alguna vez llegué a visitar. Mis veranos favoritos
consistían en montar una hamaca en el frontón de la casa, leer algunas páginas
de poesía (¡cómo extraño los poemas de Wislawa Szymborska!), escuchar la lluvia
que caía musicalmente sobre los jardines, mirar las nubes que se formaban en el
cielo y admirarme de los bellos tonos que ofrecían los atardeceres.
Soy
de placeres sencillos. Hoy tal vez no reposo en una hamaca, pero me gusta pasar
los días del verano en una mecedora en la puerta de la casa, leyendo, tejiendo,
viendo a la gente pasar, admirándome de los pequeños actos que acontecen en la
cotidianidad, que florecen y marchitan sin apenas llamar la atención.
Pero
detesto el calor del verano, las noches sudando a mares sin poder conciliar el
sueño, la abundancia de insectos cuyo aleteo me impide cerrar los ojos pensando
dónde se habrán metido y cuándo me dejarán dormir. Por eso amo el otoño, mi
estación preferida. Es la época en la que uno se deja secar y en algunos casos
decide terminar el contrato con la vida. Suicidas.
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