16 de junio de 2019

167. La sangre


Si seguimos la teoría de la evolución de Charles Darwin, en algún punto la sangre de los reptiles que poblaron la tierra cambió su estructura y funcionamiento para dar paso a los mamíferos de sangre caliente y, generaciones más tarde, los primeros hombres con código genético diferente al resto de animales que poblaron la Tierra.

         Todo está en la sangre, un elemento de la vida que para la humanidad ha cobrado numerosos simbolismos que se distinguen según el contexto. Y aunque la sangre al parecer no se menciona en el Génesis de los textos sagrados en la tradición judeocristiana, sí es recurrente la referencia a la sangre de cordero, así como el cuerpo y la sangre de Cristo y algunas interpretaciones en torno al Santo Grial como la “sangre real” que proviene de la supuesta descendencia de Cristo.
         Usada en numerosos rituales (considerados paganos por la tradición judeocristiana, que también empleaba la sangre en sus rituales), recordamos la sangre como parte del folclor Occidental en el Cantar de los Nibelungos y ese baño de sangre que no alcanzó a cubrir un cuerpo completo por culpa de una hoja, punto débil que marcó toda una epopeya.
         La sangre también ha sido parte del mundo creado en torno al vampirismo y la figura de Vlad Tepes, más conocido como Conde Drácula gracias a la historia escrita por Bram Stoker en el siglo XIX, aunque no olvidemos que ya existía una figura similar con Erzsébet Báthory, mejor conocida como “La Condesa Sangrienta” y en nuestros tiempos se ha “modernizado” la figura del vampiro debido a las “Crónicas” de Anne Rice.
         Hoy sabemos que la sangre es vida gracias a los avances en la medicina y su preservación contribuye a conservar la vida propia y la de otras personas, pues incluso existe un Día Internacional del Donador de Sangre, como un acto altruista que permitiría a la Medicina seguir salvando vidas al tener a disposición un banco con depósitos de los diferentes tipos de sangre que hoy sabemos que existen.
         Caso contrario, hay quienes hemos sentido cierta fascinación por ver correr nuestra propia sangre a través del cuerpo. Cualquier instrumento que tenga filo es útil en este propósito de herirse una misma en alguna parte del cuerpo (consecuencia de algún trastorno mental, como ha descrito la psiquiatría, ignorantes de que una enfrenta sus propios demonios internos) y ver correr la sangre como gotas de rubíes que queman a su paso.
         La sangre es vida, me dijeron. La sangre: ese púrpura que mes con mes me volvió una extraña en el espejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario