A diferencia de la estrella
fugaz, o la simple estrella que se cuelga de la noche, un cometa ha estado
envuelto en presagios negativos desde el inicio de los tiempos. Marcó la
extinción de cierto periodo de vida sobre el planeta Tierra y ha representado
una amenaza latente para las etapas posteriores.
Desde
la antigüedad ya había culturas que desarrollaron sus conocimientos de
astronomía basados en la simple observación y lograron calcular la trayectoria
de diversos cometas durante milenios, siempre con esa carga negativa de
presagios que se han mantenido incluso en pleno siglo XXI, un periodo de la
historia marcado por la ciencia y la tecnología.
Muchos
son los filmes que se han realizado en el último siglo en torno a la aparente
amenaza que representan los cometas (uno de los más famosos, a mi parecer, fue
“Armagedon”, como referencia directa al fin de los tiempos que se anuncia en la
Biblia judeocristiana).
Me
reconozco ignorante de estos temas en muchos sentidos. He vivido en un mundo occidental
por tanto tiempo que ya me cuesta ver mis propios prejuicios, aunque me
atrevería a afirmar que este simbolismo del cometa como presagio de
infortunios, desgracias y catástrofes es una constante en varias culturas.
Al
menos en el arte hemos tenido varias muestras de cometas durante hechos
importantes de la historia (o más bien, de la tradición judeocristiana), en
ocasiones representando algo más que rocas flameantes que surcan el cielo, como
si fueran una especie de vehículos tripulados por alguien o algo y que
presenciaran justamente los hechos retratados en esas pinturas.
Un
cometa, para mí, es una estrella muerta que trascendió su voluntad y cruza el
Universo en un arranque de voluntad hasta que un impacto fulmina su existencia.
Es una estrella suicida que se dejó caer y arrastrar en su caos todo aquello
que le afectó.
M
identifico, aunque ignoro si mi voluntad será suficiente para representar una
amenaza a la existencia de los otros en mi arranque de caos. Tal vez no es
necesario llegar a ese punto. En vida he sido una estrella suicida que en su
caos aniquila existencias ajenas. Tal vez la muerte sea ese impacto final que
termine con mi existencia.
Mientras
tanto, los cometas seguiremos siendo una amenaza para “los otros”, con ese
presagio latente de que algo malo está por ocurrir. Quizá por eso el marcado
círculo de lejanía que he generado a mi paso. Odio la existencia.
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