Una guerra siempre será un
holocausto, aunque las muertes siempre sean de víctimas inocentes que no tenían
relación con los motivos de la guerra. La sola palabra “holocausto” con
frecuencia nos remite a la gran matanza de judíos durante la Segunda Guerra
Mundial. Pensamos en los grandes campos de concentración y en todas las
historias de los supervivientes a la masacre.
Pero
ha habido otros momentos de la historia que han transitado por holocaustos.
Recordemos el que se vivió en Armenia a finales del siglo XIX y principios del
XX, un episodio cruento que retrató Diamanda Galás en su producción
discográfica “Defixiones. Will & Testament”, en una atmósfera de terror y
desolación que bien refleja lo que implicó ese holocausto.
La
metáfora bien podría aplicar a otros episodios de la historia en los que miles
(millones) han muerto por guerras intestinas con un saldo mayor de víctimas
inocentes. Finalmente, cualquier vida que se pierde por la mano de otra persona
es un horror que no tiene comparación.
El
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos ofrece otras dos
acepciones en torno al holocausto: “Acto de abnegación total que se lleva a
cabo por amor; entre los israelitas especialmente, sacrificio religioso en que
se quemaba la víctima completamente”.
En
el primer caso, me parece un lirismo aberrante porque es la sublimación de la
violencia en las relaciones humanas. La abnegación es un sometimiento (del
cuerpo, de la voluntad, del espíritu, de la existencia), pero no podría
llamarle amor cuando no existe reciprocidad, sino relaciones de poder.
Sadomasoquismo, quizá.
Respecto
a la segunda acepción, entendería el holocausto como un martirio y la
sublimación del sufrimiento como una trascendencia del espíritu. Pero sigue
siendo una violencia lírica para “embellecerla”. Sin embargo, el holocausto es
todo menos bello. Es el horror de la naturaleza humana contra sí misma.
En
todos los calendarios que he recorrido tuve la fortuna (o desgracia) de vivir
diversos holocaustos y aprendí de ellos y de esos horrores de la naturaleza
humana. Aprendí lo suficiente como para aborrecer a la humanidad y aborrecer mi
propia existencia por haberlo vivido.
El
holocausto marca vidas y ser sobreviviente no es más aliciente que haber muerto
para no experimentar el horror de la naturaleza humana. Mientras se siga
sublimando la violencia contra la humanidad, estamos condenados a la extinción.
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