26 de octubre de 2019

236. El holocausto


Una guerra siempre será un holocausto, aunque las muertes siempre sean de víctimas inocentes que no tenían relación con los motivos de la guerra. La sola palabra “holocausto” con frecuencia nos remite a la gran matanza de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Pensamos en los grandes campos de concentración y en todas las historias de los supervivientes a la masacre.

         Pero ha habido otros momentos de la historia que han transitado por holocaustos. Recordemos el que se vivió en Armenia a finales del siglo XIX y principios del XX, un episodio cruento que retrató Diamanda Galás en su producción discográfica “Defixiones. Will & Testament”, en una atmósfera de terror y desolación que bien refleja lo que implicó ese holocausto.
         La metáfora bien podría aplicar a otros episodios de la historia en los que miles (millones) han muerto por guerras intestinas con un saldo mayor de víctimas inocentes. Finalmente, cualquier vida que se pierde por la mano de otra persona es un horror que no tiene comparación.
         El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos ofrece otras dos acepciones en torno al holocausto: “Acto de abnegación total que se lleva a cabo por amor; entre los israelitas especialmente, sacrificio religioso en que se quemaba la víctima completamente”.
         En el primer caso, me parece un lirismo aberrante porque es la sublimación de la violencia en las relaciones humanas. La abnegación es un sometimiento (del cuerpo, de la voluntad, del espíritu, de la existencia), pero no podría llamarle amor cuando no existe reciprocidad, sino relaciones de poder. Sadomasoquismo, quizá.
         Respecto a la segunda acepción, entendería el holocausto como un martirio y la sublimación del sufrimiento como una trascendencia del espíritu. Pero sigue siendo una violencia lírica para “embellecerla”. Sin embargo, el holocausto es todo menos bello. Es el horror de la naturaleza humana contra sí misma.
         En todos los calendarios que he recorrido tuve la fortuna (o desgracia) de vivir diversos holocaustos y aprendí de ellos y de esos horrores de la naturaleza humana. Aprendí lo suficiente como para aborrecer a la humanidad y aborrecer mi propia existencia por haberlo vivido.
         El holocausto marca vidas y ser sobreviviente no es más aliciente que haber muerto para no experimentar el horror de la naturaleza humana. Mientras se siga sublimando la violencia contra la humanidad, estamos condenados a la extinción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario