26 de octubre de 2019

235. El aquelarre


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Difiero de la definición que ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en torno al aquelarre: “Junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para sus prácticas mágicas o supersticiosas”.

         El aquelarre es, en esencia, un matriarcado, una comuna bajo otra forma de organización que se rige por reglas diferentes al patriarcado y aunque la palabra ha estado asociada más a una reunión de desenfreno entre mujeres, se trata de una colectividad que reúne la esencia de la feminidad y su sabiduría, aquella que se distingue de la masculinidad.
         Pero los hombres seguirán siendo hombres y difícilmente entenderán más allá de sus propios límites. Toda aquella manifestación de feminidad, si no es para consumo del varón, es algo que merece ser condenado, descalificado y tergiversado hasta desvirtuar su esencia.
         Recuerdo haber visto hace unos años el filme “The Witch”, de Robert Eggers, cuya escena final muestra un “aquelarre” en una especie de reunión de brujas que se presentan desnudas en mitad del bosque, rodeando una hoguera, para después ascender hacia la luna.
         Tomar la escena como algo literal sería muy pobre de imaginación y entendimiento. Tal muestra de un aquelarre es la alegoría de una convención de mujeres que se reúnen para explorar su feminidad y “trascenderla”, como una elevación del espíritu a través del conocimiento en torno a la feminidad. Por algo la luna ha estado más vinculada en sus significados con la figura de la mujer.
         Un aquelarre visto desde el prejuicio solo se entiende como una orgía carnavalesca donde incluso figuraría la zoofilia a través de la figura del macho cabrío como representación del demonio. Diría que es ver las sombras de algo que ocurre fuera de la caverna platónica: solo una proyección e interpretación de lo conocido, atribuyendo un prejuicio ante lo desconocido.
         Alguna vez en mi juventud pertenecí a un aquelarre y participé activamente en el estudio de esa feminidad que escapa al entendimiento del hombre. Bestia, bruja, rebelde feminista, intento de ser hombre, fueron solo algunos de los calificativos que me fueron atribuidos en mi afán por entender. ¿Qué logré después de eso?
         Ermitaña por vivir así, sola, alejada de las relaciones sociales, tal vez sumergida en el movimiento caótico de la urbe, pero sin intención de interactuar con “los otros”. El grado mayor de trascendencia sobre la feminidad es aprender a convivir consigo misma, fuera de la comuna. No soy alma errante: con el tiempo aborreces la existencia.

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