Más allá de los múltiples
materiales con los que pueda ser elaborada, una caja es un contenedor que
guarda “algo”, un objeto con muchos simbolismos en torno al secreto y el valor,
pero cuando pienso en una caja imagino una especie de cubo de cartón donde
guardo fragmentos de lo que ha sido mi vida: mi cajita de sueños rotos, como
Marge Simpson.
Originalmente
de hueso, madera o marfil, la caja ha sido elaborada en otros materiales como
el metal, el papel, cartón, hojas de diferentes plantas, plástico, unicel e
incluso de alimentos como el chocolate o el caramelo. Se trata de recipientes
que guardan en su interior otros tantos objetos, incluyendo cuerpos (pensemos
en un ataúd).
Una
caja puede guardar tesoros en forma de baúl, tal como han sido descritos en las
tantas historias de piratas y tesoros escondidos en alguna isla recóndita en
medio del océano, tesoros que también pueden ocultarse en otros sitios menos
usuales, como un cementerio, en el sótano de una casa, entre las paredes de un
convento o abadía e incluso en páramos desiertos bajo una roca o a los pies de
un árbol.
En
la tradición sumeria nos encontramos con múltiples bajorrelieves que muestran a
los Anunnaki cargando una pequeña caja con una asa, una figura constante
también en otras culturas, aunque más identificable entre los sumerios y que
nos hace pensar en algún secreto que guardaba ese pequeño objeto.
La
creatividad de la humanidad nos ha llevado a elaborar cajas no solo en
distintos materiales, sino con múltiples diseños y decorados que van desde lo
más artesanal (incluso con manualidades como el decorado con sopa de pasta
pintada de dorado o plateado) hasta lo fabricado en masa en esta época
industrial.
Pero
mi pensamiento se sigue volcando sobre esa imagen de una pequeña caja de
cartón, carcomida por el tiempo, rota en algunas partes, y que guarda en su
interior diversos artículos que han formado parte de mi vida, desde
fotografías, alhajas, flores secas, pequeñas libretas artesanales, separadores
de libros, cartas de puño y letra, hasta juguetes de manufactura artesanal que
en algún momento fueron para mí algo más que un juguete.
En
estos días mi pensamiento también me ha arrastrado hacia otra imagen de caja:
un ataúd, ese “invento” para conservar los cuerpos una vez que suceda lo que ha
de suceder, como si la propia caja pudiera conservar por sí misma el valor de
un cuerpo que ha perdido su existencia. Pero en esa caja solo reposará mi
silencio.
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