Conocí a alguien que siempre
recomendaba saltarse el prólogo de los libros y comenzar a leer directamente la
obra. Su sugerencia estaba basada en que, de leer el prólogo y luego la obra
estaríamos leyendo con prejuicios o bajo cierta perspectiva que limitaría
nuestro escenario de interpretación completo.
Dice
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que un prolegómeno es
un “tratado que se pone al principio de una obra o escrito, para establecer los
fundamentos generales de la materia que se ha de tratar después”, pero también
una “preparación, introducción excesiva o innecesaria de algo”.
Algo
de eso tiene el sistema educativo. En el sistema occidental basado en un modelo
de producción-consumo perdemos diecisiete años en la enseñanza educativa: nivel
básico, nivel medio, nivel medio superior y nivel superior. Al egresar de este
último grado advertimos que la enseñanza previa, el marco teórico, es inútil
cuando lo llevamos a la práctica.
Si
el programa del sistema educativo estuviera basado en desarrollar habilidades y
destrezas para la vida cotidiana, tal vez sería de utilidad ese prolegómeno de
la vida adulta, la que nos curte, la que intensifica los momentos y nos lleva a
todo tipo de experiencias hasta que sucede lo que ha de suceder.
En
la cotidianidad también nos encontramos con personas que se valen de un
prolegómeno en cada relación. Ignoro si será por esa necesidad de generar una
impresión ante el “otro” o si responde más bien a una naturaleza con
determinada lógica que de manera obligada requiere explicar el contexto, la
circunstancia de un hecho que ha de narrar, en lugar de contarlo directamente
como fue.
Muchas
veces pensamos que el “otro” no será capaz de entender un hecho o circunstancia
si desconoce el contexto. En parte es cierto, pero también implica subestimar
la capacidad de razonamiento del “otro”. ¿Acaso la falta de conocimiento sobre
las circunstancias en que fueron redactadas las sagradas escrituras de la
tradición judeocristiana nos ha impedido leerlas y entenderlas?
Claro
que es una pregunta que esconde algo capcioso: podemos leer y entender las
sagradas escrituras de la tradición judeocristiana, pero según nuestra
circunstancia, nuestro historial nuestros antecedentes, incluso el momento en
el que leemos las sagradas escrituras, la interpretación puede diferir de la
que tenga el “otro”.
Mi
vida es un libro abierto, sin prolegómenos, pero con un laberinto que
requeriría de un prolegómeno. Omitirlo llevaría al lector a una lectura de
sombras y silencios que no tienen lógica. ¿Algún día será escrito?
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