Hace tiempo conocí un proyecto
musical llamado Amethystium, cuya primera producción musical, “Odonata”, era
ilustrada en portada con una libélula plateada, insecto que se repetiría en sus
siguientes producciones de carácter ambiental-experimental.
Me
resulta curioso que la libélula a menudo ha sido utilizada como un símbolo en
temas de fantasía, desde la literatura, la música, la pintura, el cine, la
danza... las bellas artes en general. Un insecto que normalmente vive en las
orillas de estanques y ríos, pero que ha sido visto en otros escenarios.
En
mi juventud realicé algunos viajes a manantiales o lagunas donde era frecuente
ver libélulas. Al principio sorprendía el suave sonido que emitían sus alas
durante el vuelo, la larga silueta primero en colores azules que luego pasaban
al tornasol y su delicado posar sobre la superficie del agua para después alzar
el vuelo y escapar hacia quién sabe dónde.
A
diferencia de otros insectos, como los mosquitos, las moscas, los zancudos, las
abejas y las avispas, la presencia de una libélula es similar al de las
mariposas: generan una breve sensación de bienestar, incluso un atisbo de
alegría, aunque en el caso de la libélula es más fuerte la impresión de
encontrarse en un momento mágico, como si la propia libélula fuera un ser etéreo
que llegara a nuestra presencia como un presagio de algo divino que se acerca.
En
algunas historias del folclor nórdico y de la Europa Occidental, la libélula es
una imagen recurrente como la personificación de almas puras que llegan para
guiarnos. A veces la libélula cobra nuevas formas, como hadas, duendes o
querubines que portan algún mensaje, y en sus alas cargan polvos dorados y
plateados para rodearnos de bendiciones ante el camino que habremos de
emprender.
Independientemente
de las diferentes creencias en torno a la figura de la libélula, lo que es
cierto es que su presencia, su solo avistamiento, genera de manera curiosa una
sensación de confort y bienestar, como una pequeña chispa que podría despertar
alegría y felicidad.
Pero
si miramos de cerca a estos insectos, la verdad es que son horribles: figura
alargada, con pelos en algunas partes (especialmente en las patas), unos
grandes ojos similares al de las moscas, y una larga boca que parece aguja. Lo
curioso es que no nos despierta repulsión (al menos a la mayoría), porque
prevalece esa sensación positiva sobre nuestro cuerpo y nuestra mente.
Si
me dieran la opción de ser libélula, la rechazaría. Mi destino no es generar
bienestar ni alegría en los otros.
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