Los extremos siempre resultan
peligrosos, aunque con frecuencia lo advertimos ya demasiado tarde. Ha pasado
con el llamado “cambio climático” y aún hay quien está cegado por la ambición
antes que reconocer el gran problema que enfrentamos. Este daño a la Madre
Tierra ha hecho más extremo el cambio de estaciones, con consecuencias funestas
para la humanidad.
¿Por
qué hablo del cambio climático cuando el tema de esta entrada debería ser la
calidez? Porque entre las relaciones humanas también encontramos a personas que
llevan a vínculos extremos, hoy clasificados como tóxicos, por el daño que
provocan, y aunque la calidez la pensamos más como una temperatura, también
implica una sensación de confort y bienestar en relación con “el otro”.
Cuando
los políticos se refieren a “la calidez de la gente”, en el fondo sabemos que
es demagogia, aunque la expresión encierra una verdad: la gente que habita en
ciertos lugares vive bajo determinadas circunstancias que les mueven a un trato
más cálido, ameno, de confort, en sus relaciones cotidianas y esa calidez es
algo que les caracteriza mientras existan esas circunstancias que lo fomenten.
Dirán
que estoy loca, pero a veces miro en perspectiva algunos hechos históricos para
reflexionar sobre los cambios de nuestras sociedades y en el caso de la
calidez, me viene a la mente un ejemplo muy simple.
Durante
el siglo XX los Estados Unidos se vendió al mundo con una imagen de ser la
tierra de oportunidades, el llamado “sueño de americano” que motivó la
migración de miles de personas que fueron bien recibidas en esa nación, más por
conveniencia económica para detonar la industria que por verdadera solidaridad
después de la gran catástrofe de la Guerra Mundial.
Resulta
curioso que esa calidez que caracterizó a Estados Unidos en algún tiempo se
transformó en una xenofobia y un rechazo a la migración durante el siglo XXI,
un odio más acentuado una vez que Donald Trump llegó a la Presidencia,
alebrestando corazones con un discurso de odio que llevó las relaciones
sociales a los extremos.
La
misma circunstancia viven muchos países alrededor del mundo y en gran parte se
debe a la idea de individualidad, más que una colectividad. Pensar como una
colectividad, como una comuna, nos permite imaginar una serie de circunstancias
y relaciones que generan bienestar, la calidez anhelada que despierta confort.
Viví
esos tiempos, pero tengo que asumir que aquella época no volverá, no será más.
Al menos pude conocer lo que era la verdadera calidez de la gente.
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