Dice el diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española que la hipocresía es el “fingimiento de
cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o
experimentan”. Una mentira, en términos prácticos. Aunque reducir la hipocresía
a dicha definición también conlleva ciertas contradicciones.
En
general llamar a una persona “hipócrita” implica una connotación negativa sobre
su actuar. Se es hipócrita como una reacción ante una circunstancia, una
especie de defensa instintiva ante aquello que representa una amenaza y cada
amenaza es diferente para cada individuo.
Socialmente
podríamos considerar que hay determinados grupos sociales donde es más
frecuente la hipocresía. Incluso en la burocracia se ha creado un área especializada
en ello: Relaciones Públicas, con gente capacitada en las artes de la
hipocresía y la diplomacia. Les pagan por ser hipócritas. Así se legitima la
hipocresía como una profesión.
Se
es hipócrita por conveniencia, porque “el otro” tiene algo que es de nuestro
interés. De ahí la naturaleza de la hipocresía en el sentido que se ha
entendido históricamente y que ha dado pie a numerosos relatos de conspiración
e intriga.
No
obstante, si nos ceñimos a la definición que nos ofrece la Real Academia de la
Lengua Española, la hipocresía también podría aplicarse a otras situaciones que
no necesariamente entran en ese concepto.
Pensemos
en quienes fingen estar bien aunque por dentro experimenten una tormenta
emocional que les lastima y, sin embargo, fingen ante “los otros” para evitar
el juicio inquisidor y la superioridad moral de quienes viven en la mentira de
“estar bien”. ¿Hipocresía? Un acto de supervivencia.
Demasiada
franqueza también conduce a situaciones de hipocresía, como una muestra de que
hay quienes prefieren un mundo de mentira antes que la cruda y cruel realidad
que abruma porque eso amenaza su idea efímera de felicidad. Tan acostumbrados
viven a los estímulos que se desvanecen.
Pero
yo soy franca, a menudo en exceso. Soy una persona incómoda que también se ha
valido de la hipocresía para sobrevivir. Uno puede mentir ante la pregunta de
cortesía “¿cómo estás?” y responder “bien, gracias. ¿Y tú?”, tan solo para
evitar una conversación incómoda para ambas partes: “el otro”, por no admitir
una respuesta que salga de su fórmula de cortesía; yo misma, por evitar hablar
de mí con alguien que no lo merece.
La
hipocresía, finalmente, nos permite convivir en sociedad respetando las
fórmulas de cortesía y diplomacia, aunque ninguna tenga trascendencia en la
vida porque cuando suceda lo que ha de suceder, incluso el nombre se volverá
silencio.
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