“Aquello que no tiene fin” sería
la definición más práctica del infinito, un concepto que imagino como un
círculo donde no es posible determinar su principio ni su final. Quizá por ello
el dios judeocristiano es representado bajo esta figura, como el alfa y el
omega de toda la creación, omnipotente, omnipresente y omnisciente.
Por
muchos años (milenios tal vez) se llegó a creer que el propio Universo es
infinito solo porque se extiende más allá de los límites de lo conocido.
Olvidamos que la razón humana tiene límites en los que no entra la comprensión
del infinito.
Esto
me remite a una reflexión taoísta en la que se pregunta ¿qué sonido emite un
árbol al caer en un bosque donde no hay quien le escuche? El sonido existe,
aunque no haya receptor de su mensaje. Lo mismo ocurre con el Universo:
¿entenderemos su finitud o infinitud cuando apenas conocemos una mínima parte
de lo que abarca?
Curiosa
expresión utiliza el personaje de Buzz Lightyear en las películas de Pixar,
“Toy Story”, cuando dice “al infinito y más allá”, como dando por hecho que el
infinito existe dentro de ciertos límites y aventurarse más allá implicaría
trascender hacia lo desconocido.
Y
sin embargo lo desconocido puede ser infinito mientras no tengamos certeza sobre
los límites de lo conocido. El infinito implica un acto de fe, creer en algo
que no puede procesar la razón, que escapa de los límites de nuestro
entendimiento y, no obstante, la misma fe nos brinda una especie de epifanía
sobre todo aquello que se escapa de nuestra existencia.
Perdonarán
que de pronto me ponga reflexiva a un grado que sale de la línea que hemos
seguido durante 121 días. A veces la existencia se manifiesta en bruto y te
muestra pequeños rayos de verdad imposibles de transcribir en palabras, aunque
generan múltiples sensaciones sobre la finitud de la existencia y la infinitud
de eso que trasciende a la existencia, algo que no podría nombrar porque
moriría en el silencio del tiempo.
La
infinitud, el infinito, yace en los umbrales del silencio, ahí donde el tiempo
deja huella sobre su marcha, aunque no haya existencia para contabilizarlo. Es
volver a la reflexión sobre el sonio de un árbol que cae en un bosque. Quizás
el infinito tiene límites que jamás llegaremos a conocer porque la existencia
tal vez no se prolongue hasta ese punto.
La
vida, así como la conocemos, no puede ser eterna. La existencia puede ser
eterna, mas no infinita. Lo segundo implica una grandeza imposible de entender
en los límites de la razón humana. Pero de eso no se habla, porque incluso el
nombre tornará al silencio.
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