La vida duele. Así dijo mi madre,
hace mucho, envuelta en los aromas del fogón. Y cada una bebió de su silencio, de
la noche tostada en el comal, remojando las palabras en el caldo. Nadie pudo
cuestionar.
Había
dolor en el mendrugo de pan, en la cazuela con frijoles y en la tortilla con
sal. Había dolor en la aspereza del petate, en las manos curtidas por la
tierra, en los ojos hambrientos de horizonte.
Dolor
había en cada despertar, con cada paso, el pie descalzo para andar. Y en la ruta
del dolor el tiempo transcurría. Hoy que no queda más camino me atrevo a
cuestionar.
La
vida pesa, estremece, bifurca los caminos, se abre al mundo en bello ramadal. En
su verdad, mi madre hablaba de algo diferente: “ser mujer” es lo que duele.
Y
es verdad: la vida pesa, estremece, bifurca los caminos en bello ramadal, pero
al final s un estorbo, la sombra que no ceja en su intento de vivir. “La vida
duele”, decía mi madre en su sabiduría ancestral.
“La
vida duele”, verdad obtusa en mi sueño matriarcal, fonema oculto en los hilos
del telar. Porque por qué pregunta la ignorancia, cuando ignorante es quien
pregunta (grita, exige) por la vida que no se manifiesta.
Aquí
dejo testimonio: la dura cama, más cruel que la última morada; alguna taza
olvidada en un café, al fondo el remanente del futuro; aquí las líneas de mis
manos que en su aspereza esperan, luego invocan y cambian el destino (canoso
ramadal tan azaroso) porque la vida duele y quien afirme lo contrario pensará
también que por mucho madrugar uno vive demasiado.
Y
in embargo duele la vida en el umbral, la espera de las manos (ceniza
matriarcal), decía mi madre y lo confirmo: que todo pasa y permanece, se
transforma y vuelve a su estado original.
Así
tenga la cuenta de los días, incluso muerta y más allá, cuando suceda lo que ha
de suceder, la vida no deja de doler. Y si la vida duele, eterna, a cada
instante, latiendo al compás del corazón, ¿cómo duele atascada en la garganta,
aquí dentro donde nada sucede en mi silencio?
¿Cómo
duele atragantarse con la vida, vivir deprisa, con todo el valor de los
segundos? Porque hay quienes afirman que solo se vive una vez y una vez la vida
entera, porque el dolor resulta demasiado (tal vez tan poco, insuficiente),
incapaces de vivir en duelo.
Pero
la vida duele, así sea una en un millón, porque jamás se aprende de la risa: se
aprende de los golpes de la vida.
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