Hace unos años vi un filme que me
puso a reflexionar sobre el exilio. Se titulaba “The Witch”, escrita y dirigida
por Robert Eggers. Narra la historia de una familia en una colonia inglesa que
se ve exiliada por motivos que no se revelan claramente, aunque se sugiere una
violación a las reglas protestantes de la comunidad en la que habitan.
Más
allá del toque sobrenatural y oscuro de la película, su exilio me lleva a
pensar en la impotencia de una familia que no pertenece a ningún lugar, que fue
separada de la comunidad donde vivía, en la que había estrechado lazos con
otras personas y de pronto no tiene a quién acudir ante alguna eventualidad.
Otro
filme que me ha recordado esta idea de exilio es “Mother!”, escrita y dirigida
por Darren Aronofsky y que en cierta forma es una metáfora del exilio de la
humanidad por el llamado “pecado original”, metáfora que esconde una crítica a
la victimización de quienes llegamos a considerar víctimas sin tomar en cuenta
el exilio como consecuencia de una violación a una norma vigente al momento del
exilio.
Pensemos
en los exiliados políticos (me viene a la mente Julian Assange).
Independientemente de la figura de la que se trate, se repite el mismo esquema
de ser separado del lugar donde se formó una vida, pero todo a consecuencia de
una violación a una norma vigente al momento del exilio.
Circunstancia
difícil si recordamos a los refugiados políticos, los que huyen de alguna
situación en sus lugares de origen y explican en gran parte el fenómeno global
de la migración. ¿Cómo no pensar en “Mi tierra” de Gloria Estefan, exiliada de
Cuba durante tantos años y en cuya letra evoca esa añoranza de la tierra que le
vio nacer?
Este
nombre que hoy escribe también vive en el exilio: de la existencia de la vida,
del mundo conocido bajo la lógica matemática que rige a la humanidad. Mi nombre
es polvo, habla grafías de silencio que no caben en tablillas de arcilla, es
ceniza convertida en tiempo que al cabo de las palabras tornará a la Nada.
La
vida en el exilio, cuando aborreces la existencia, es ver que te arrebatan un
sentido de pertenencia e identidad que podrían conforman los cimientos para
aceptar esa vida y esa existencia a la que se renuncian. Morir en exilio,
cuando se ha perdido el vínculo de identidad y pertenencia con la tierra que te
vio nacer, es abrirse a la No-Existencia mucho antes de dejar la existencia.
La
vida es un silencio que cohabita en el exilio con las experiencias acumuladas
en este recipiente llamado cuerpo. Pero al final de todo, cuando suceda lo que
ha de suceder, incluso el nombre se volverá silencio.
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