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Sé que hay un término más común y
muy similar, pero me agrada esta palabra: pusilánime. Incluso hay una expresión
todavía más popular para referirse a una persona a quien le falta convicción
para hacer o decir las cosas: falto de huevos.
Sí,
pusilánime es una palabra hermosa y peyorativa y muy altisonante para decirle a
alguien que le faltan huevos para enfrentar una realidad, porque es más cómodo
vivir en su burbujita de confort que agarrar al toro por los cuernos. Y hay
muchos otros adjetivos y perífrasis con las que podríamos referirnos a una
persona pusilánime, pero esta palabra en específico hasta hace que me vibre la
sangre.
Me
resulta curioso que a veces atribuimos a las palabras un significado diferente
solo por cómo suenan y es el caso de “pusilánime”, actualmente más vinculada a
la imagen que nos creamos de una persona detestable por banal, trivial,
superficial, ofensiva y que da la sensación de estar robando oxígeno al mundo.
Pero
vayamos más allá y no nos quedemos solo en la primera impresión. Si algo tienen
los tiempos modernos es ese lavado de cerebro para continuar en un sistema de
esclavitud sin chistar, de ahí que la pusilanimidad sea involuntaria en la
mayoría de los casos.
Se
somatiza a la mente para hacerle creer que su esclavitud contiene la promesa de
felicidad (una idea de felicidad muy distinta a la mía), en un intento de
contenerle dentro de ciertos límites. Así se evitan las revoluciones.
Sin
embargo, este sistema también afecta a la vida cotidiana de las personas,
incapaces de trasgredir ese sistema porque su mente ya no puede ver más allá de
sus propios límites. Faltan huevos para abrir los ojos y darse cuenta del
abismo en el que viven.
La
pusilanimidad también es cobardía y un mucho de autoengaño. Uno se repite una
mentira mil veces para creer que es verdad y no tener que enfrentar una
realidad que nos está afectando. Tal vez por eso llaman locos a quienes nos
atrevemos a enfrentar nuestros monstruos (internos y externos).
Si
yo hubiera sido pusilánime no estaría escribiendo esto ni hubiera escrito las
páginas que precedieron a esta cuartilla. Jamás me hubiera atrevido a vivir lo
que pude soportar. Habría seguido los pasos de mi madre, hacer mis maletas y
partir sin carta de despedida.
Pero
aquí estoy, plantada como un árbol. Hueca por fuera, blanda por dentro, pero de
pie.
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