Hay quien afirma que la
casualidad no existe, que todo se trata de causalidad porque todo tiene una
explicación lógica en la que se insertan esos momentos fortuitos que se llegan
a presentar durante la vida.
La
lógica de la causalidad indica que un hecho en apariencia azaroso (casual) es
producto de ecuaciones que involucran la frecuencia de los hábitos (incluyendo
los recorridos o traslados), lo que daría paso a la posibilidad de que en algún
punto ocurriera eso que en apariencia parece casual.
Pongamos
como ejemplo a dos personas que tuvieron una relación de pareja y, por
circunstancias que desconocemos, decidieron terminar. Si las personas no
cambian de residencia, si continúan con sus mismos hábitos (incluyendo sus
recorridos por la misma ciudad), existe la posibilidad de que en algún momento
vuelvan a encontrarse.
Pero
incluso si reducimos esos factores, como el hecho de cambiar de residencia y de
hábitos, aún quedan posibilidades de que vuelvan a encontrarse, por muy bajas
probabilidades que existan para que ese encuentro ocurra, porque en esta
ecuación también importa el hecho de que ambos habitan en el mismo planeta,
quizás en el mismo continente o el mismo país (e incluso si así no fuera,
seguiría existiendo una posibilidad, por muy absurda que parezca la ecuación).
Y
sin embargo hay encuentros que son realmente fortuitos, pero son difíciles de
distinguir. La nota roja o amarillista nos ha dado ejemplos muy ilustrativos,
como aquellas parejas que se encuentran en el mismo motel con sus respectivos
amantes, o aquellas historias que involucran años de distancia sobre un hecho y
pasado el tiempo descubren que las cosas ocurrieron de otro modo, a tal grado
que hubiera cambiado las vidas de quienes se vieron involucrados en ese hecho.
La
vida de cada individuo no ha sido casualidad, ha sido producto de
circunstancias, voluntades (ejercidas o no, violentadas o no) y actos entre
otros individuos (lo que implica que nuestra existencia ha sido por decisión de
alguien más y no propia). No obstante, la existencia responde a otros factores
que sí podrían llegar a la casualidad.
El
origen de muchas amistades puede ser una casualidad. Se coincide en un espacio
y en un tiempo sin siquiera conocerse (en algunos casos podría ocurrir en las
relaciones de pareja). Ese tipo de casualidades perduran, por ello consideramos
que la amistad va más allá de lo que pueda ser una relación de pareja.
En
mi vida he tenido muy pocas casualidades. Vivo en una rutina que disfruto y
admiro los pequeños detalles de la cotidianidad porque dan sentido a mi
existencia (aunque renuncie a ella). Las cosas que ingresan en ese mundo en el
que vivo pueden o no ser casualidad, pero la probabilidad se inclina más hacia
lo primero, la causalidad, porque mi rutina es tan monótona que cualquier cosa
que salga de ella podría ser llamado casualidad.
El
silencio no es causalidad. El silencio es azaroso, fortuito. Me describe.
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