Pasión, deseo, pulsión,
inspiración, motor, movimiento. Son otros nombres con los que se ha conocido la
motivación, cada uno desde su propio marco teórico, aunque definen las partes
que la integran.
Ya
desde la Grecia clásica los grandes filósofos nos hablaban de algunos conceptos
vinculados con la motivación, entre ellos Sócrates, Platón y Aristóteles, sin
olvidar a Heráclito y Pitágoras. Su visión de la motivación era más una fuerza
que ponía la vida en movimiento para trasladarse hacia determinada
circunstancia.
Esta
visión ha sido retomada a lo largo de la historia, hasta el siglo pasado en el
que otras ciencias, como la Psicología y la Filosofía, hablaban de una
motivación como el esfuerzo que se realiza por aspiración personal para lograr
un objetivo.
Coincido
más con esta visión que con la actual, en la que el concepto se ha pervertido a
tal grado que se confunde la motivación con la somatización de la mente para
engañarse a sí mismo en busca de una estabilidad interior que conduzca a esa
otra idea (también pervertida) de “felicidad”.
Tal
vez en algunos casos la motivación sea más compleja de asimilar, como en la
escritura. Para un escritor (o escritora, por aquello de los discursos de
equidad incluso en el lenguaje), la motivación parece distinguirse de la
inspiración en que la primera se vincula más con un factor interno para hacer
algo, mientras que la segunda se trata de algo externo. En ambos casos, el
resultado puede derivar en una experiencia positiva o negativa.
Y,
sin embargo, podríamos estar en un error según la perspectiva, la circunstancia
y el caso específico del que se hable, aunque en algo sí existe una coincidencia:
la motivación o la inspiración tienen que ver con el movimiento, alejarse de la
estasis, cambiar de circunstancia, crear (de manera positiva o negativa, porque
también la destrucción es creación).
La
vida requiere motivación para ser, pero también necesita inspiración para
crear. La vida puede ser, incluso sin tener inspiración. Puede crear, a pesar
de no tener motivación. Pero no puede ser sin motivación ni crear sin
inspiración.
Estoy
un poco ebria al escribir estas líneas, pero confío en darme a entender. ¿Me
motiva algo para que la vida pueda ser?, ¿tengo inspiración para crear más allá
de lo que me ofrece la propia vida? Recuérdese que vivo a pesar de mí, sin
voluntad (la voluntad puede ser otra forma de motivación), negándome a la
existencia porque me resulta insoportable.
¿Tienen
sentido la motivación y la inspiración cuando se renuncia a la vida? Cuando
suceda lo que ha de suceder, tendré mi epifanía.
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