Me parece curioso cómo la
humanidad admira la belleza que es efímera, aunque no valora esa finitud, tal
vez por la costumbre de ver una manifestación de belleza que se repite en
ciclos continuos, a pesar de que no sea el mismo objeto.
Cuántos
poemas se habrán escrito sobre la flor y, sin embargo, en cada ocasión se trata
de una flor distinta porque cada autor se refiere a una flor en específico,
aunque el símbolo siga siendo el mismo.
Lo
mismo ocurre con otras manifestaciones de la naturaleza, como el amanecer y el
ocaso, el día y la noche, los satélites del universo, las aves y plantas, las
distintas especies de animales en la Tierra, los insectos; todo aquello que
tiene un ciclo.
Será
que nos inclinamos por este tipo particular de belleza porque es efímera,
finita, irrepetible, a pesar de sus múltiples manifestaciones en ciclos que
parecen no tener fin. El arte intenta imitar a la vida para prolongar la
existencia de esa belleza efímera.
Pero
hablemos de la mariposa, ese insecto cuyas alas nos recuerdan el colorido tan
intenso que puede tener la vida y, sin embargo, también nos hace conscientes de
la finitud de la vida.
Es
en marzo cuando comienzan a dejarse ver con sus alas multicolores, aleteando de
flor en flor en un suave vuelo que imita la brisa de la primavera. La anuncian,
la invocan, siembran la semilla como las abejas para un nuevo florecer.
Como
orugas, hay muchas que ya poseen su atractivo en sus diversas formas y colores,
en sus hábitos para formar el capullo que dará paso a la transformación y
entonces el golpe de color cuando emergen de su crisálida y abren sus alas para
emprender el primer vuelo con los rayos que ya anuncian la primavera.
Abril
trae consigo el aleteo multicolor de todas las especies de mariposas en el mundo
y disfrutamos de esa belleza durante tres largos meses que se vuelven breves en
cuanto el otoño anuncia su llegada arrastrando con sus vientos los cadáveres de
las mariposas que no alcanzaron a emprender el vuelo de la migración a
latitudes más cálidas.
La
vida se asemeja mucho al vuelo de las mariposas. En su etapa de oruga, tal vez
despiertan un atractivo de curiosidad para luego desplegar sus alas y
estamparte su esplendor en el rostro hasta que llega el otoño, luego el
invierno y no queda rastro de su paso por el mundo.
Aquí
dentro, en este cuerpo de ceniza, me habitan otro tipo de aleteos: son las
polillas, que tejen y destejen una manta de silencios para envolver mi nombre
cuando suceda lo que ha de suceder.
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