Cuando escucho esa palabra a
menudo pienso en esta idea generalizada de la modernidad como un mundo cada vez
más tecnológico, donde la ciencia se pone al servicio de la gente para lograr
un bienestar. Curioso: en la palabra modernidad no se incluyen los malestares
que de ella se derivan.
El
futuro casi puede entenderse como tecnológico. Al menos así lo hemos visto y en
los últimos años hemos constatado cómo la ciencia y la tecnología han venido a
simplificar la vida, aunque poco se habla de esa inutilidad que genera en la
humanidad porque se pone en manos de las máquinas aquel esfuerzo que antes
realizábamos como humanidad.
Actualmente
hay cosas que no se pueden entender sin la tecnología, como la comunicación
digital, la industria (de cualquier tipo), las labores de oficina, incluso las
actividades agropecuarias. Y las actividades que aún se realizan sin la
intervención de la tecnología van perdiendo cada vez más su valor.
Cierto
es que hay grandes avances especialmente en la salud, ¿pero a qué costo? Porque
ahora con fármacos es posible prolongar la vida, aunque no se desee esta
existencia porque se inserta en un entorno adverso. Y mientras una parte del
mundo goza de los beneficios de la tecnología, la otra parte enfrenta rezagos
básicos como la falta de alimentos, de servicios de salud, de agua potable, de
vivienda, de libertad.
Si
algo tiene la modernidad es que ha acentuado las brechas de desigualdad en todo
el mundo. Ese es el malestar del que no habla la modernidad, concentrados en la
tecnología que deslumbra y encanta para no voltear a ver el rezago que aún
prevalece en el resto del mundo.
La
modernidad es el fin del mundo. Cada vez son más frecuentes las noticias sobre
contingencias ambientales producto de la mala actividad de la humanidad que ha
terminado con los recursos naturales no renovables que contribuirían a tener un
medio ambiente sustentable. Ese es el malestar del que no habla la modernidad.
Antes
se recompensaba el esfuerzo de las personas. Hoy la tecnología se ha robado
esos triunfos y ha generado malestares que han derivado en numerosas muertes
por el gran mal de estos tiempos: la depresión. Las enfermedades mentales se
han multiplicado de manera exponencial en las últimas décadas producto de las
frustraciones que genera el sistema económico y político actual, especialmente
en aquellos países llamados “desarrollados” o “en vías de desarrollo”.
Si
la modernidad implica la muerte del espíritu, me declaro arcaica. Prefiero la
muerte física, terminar hecha cenizas, a vivir esta época de deshumanización.
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