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De todas las partes que conforman
el cuerpo humano, solo la espalda resulta desconocida para nosotros por su
ubicación. Estos ojos no pueden mirarse la espalda a menos que sea a través del
reflejo en un espejo o una fotografía. En todo caso se trataría de un filtro
mediante el cual podemos apreciar sus vértebras y curvas.
A
diferencia de otras partes del cuerpo humano, la espalda representa nuestro
soporte y en conjunto con todo el tronco vinculan a todas las partes que nos
dan forma. Pero la disposición de nuestros órganos y la posición donde se ubica
la cabeza nos impide apreciar esa silueta tal como vemos el resto de las partes
que conforman nuestro cuerpo.
La
espalda también ha sido considerada como centro erótico donde se acumulan las diferentes
energías que nos mueven en vida: felicidad, ira, angustia, estrés, nostalgia,
hambre, cansancio... la disposición de las vértebras y su grado de placer o
dolor nos conducen por los diferentes caminos en la experiencia sensorial de la
vida.
Hay
a quienes nos gusta imaginar que en esa silueta desconocida se oculta un par de
alas enormes, con un plumaje abundante y vistoso que en algún momento se
atreverán a desplegarse para emprender el vuelo hacia el infinito. Algunos lo
imaginan con tal fuerza que llegan a tatuarse un par de alas para materializar ese
deseo de transformarse en un ser etéreo que se funde con el universo.
Mi
espalda es la región que no conozco, mi soporte y mi punto vulnerable porque
solo “el otro” es capaz de apreciar esa silueta sin necesidad de un filtro. Y
conocemos la espalda a través de ese “otro” que nos describe cómo es nuestra
propia espalda.
Mostrarla
implica exhibir nuestro punto más vulnerable, aunque la industria de la moda se
ha empeñado en el último siglo en exponerla ante los ojos de “los otros” de tal
forma que genera un magnetismo erótico, una especie de red para cazar presas.
Conozco
mi espalda a través del espejo. Es un doble que me muestra las vértebras y
curvas que conforman esa parte de mi anatomía. No es una espalda peculiar, pero
es mía, propia, donde se muestran los omóplatos salientes semejando un par de
alas atrapadas bajo una delgada capa de piel.
En
algún punto mi espalda reposará sobre una plancha de acero y cuando suceda lo
que ha de suceder, acogerá mis cenizas para devolverlas al silencio del que
vine.
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