3 de febrero de 2019

34. El viaje


Uno de los cantos de La Ilíada reza: “cambian su cielo pero no su alma quienes cruzan el océano”. El viaje es una experiencia que amplía nuestro conocimiento del entorno, pero también contribuye a la introspección cuando asumimos el lugar tan minúsculo que ocupamos en la grandeza del mundo.

         Veo la vida como un viaje, el más imprevisible de todos, el más extenso y sin destino preciso. Y cada viaje es distinto según las circunstancias de cada individuo. Andamos por caminos que se entrecruzan y podemos o no coincidir con otros viajeros en estas andanzas, caminar juntos o en la soledad de nuestra existencia.
         En este viaje, me he desviado de tantos caminos para perderme en la bruma que los envuelve. Hace mucho olvidé cuál era mi destino. Me dediqué a perderme y evitar las huellas a mi paso porque no es de mi interés dejar rastro de mi andar. Y, sin embargo, aquí me tienen escribiendo sobre la experiencia de viajar a pesar de la existencia.
         Fuera del camino es más difícil este andar porque no hay senderos que conduzcan a Roma ni a algún otro lugar y aunque nacemos con una especie de brújula interna, hay momentos en que la aguja deja de funcionar y hay que apelar al instinto para continuar. Así me he perdido y encontrado en numerosas ocasiones y en cada una soy una Ofelia distinta, la misma en esencia, pero diferente en el fondo.
         Sigo ahogada en el alcohol, fumando un cigarro tras otro con los mismos dedos cadavéricos de antaño, las piernas cual columnas dóricas, mis cabellos rojos en una maraña de paja y los ojos color de nube aprisionando las memorias que aún restan, pero cada instante lo vivo bajo circunstancias diferentes. Puede ser la misma copa con el mismo alcohol, pero soy una Ofelia distinta en cada ocasión.
         Hace años, la primera vez que probé el alcohol, era una Ofelia sonriente que por dentro se secaba en el pozo de la locura. Hoy, después de tanto tiempo ahogada en el alcohol, he dejado la sonrisa porque no me nace y la he cambiado por unos ojos que han perdido su brillo de antaño. Sigo siendo la misma, pero en el viaje de la vida perdí las máscaras que me permitían ocultar esto que hoy se manifiesta a flor de piel.
         En este viaje he dejado trozos de mí en el camino no porque haya interés en volver. Este rastro es para no olvidar de dónde vine y para guiar a otras esencias que se han ahogado en la locura de su existencia.
         Y aquí estoy, en un punto del camino (o fuera de él), agotada de un viaje que parece no tener fin, perdida entre la bruma, pero decidida a no volver. Algún día este viaje también se tornará silencio.

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