Uno de los cantos de La Ilíada
reza: “cambian su cielo pero no su alma quienes cruzan el océano”. El viaje es
una experiencia que amplía nuestro conocimiento del entorno, pero también
contribuye a la introspección cuando asumimos el lugar tan minúsculo que
ocupamos en la grandeza del mundo.
Veo
la vida como un viaje, el más imprevisible de todos, el más extenso y sin
destino preciso. Y cada viaje es distinto según las circunstancias de cada
individuo. Andamos por caminos que se entrecruzan y podemos o no coincidir con
otros viajeros en estas andanzas, caminar juntos o en la soledad de nuestra
existencia.
En
este viaje, me he desviado de tantos caminos para perderme en la bruma que los
envuelve. Hace mucho olvidé cuál era mi destino. Me dediqué a perderme y evitar
las huellas a mi paso porque no es de mi interés dejar rastro de mi andar. Y,
sin embargo, aquí me tienen escribiendo sobre la experiencia de viajar a pesar
de la existencia.
Fuera
del camino es más difícil este andar porque no hay senderos que conduzcan a
Roma ni a algún otro lugar y aunque nacemos con una especie de brújula interna,
hay momentos en que la aguja deja de funcionar y hay que apelar al instinto
para continuar. Así me he perdido y encontrado en numerosas ocasiones y en cada
una soy una Ofelia distinta, la misma en esencia, pero diferente en el fondo.
Sigo
ahogada en el alcohol, fumando un cigarro tras otro con los mismos dedos
cadavéricos de antaño, las piernas cual columnas dóricas, mis cabellos rojos en
una maraña de paja y los ojos color de nube aprisionando las memorias que aún
restan, pero cada instante lo vivo bajo circunstancias diferentes. Puede ser la
misma copa con el mismo alcohol, pero soy una Ofelia distinta en cada ocasión.
Hace
años, la primera vez que probé el alcohol, era una Ofelia sonriente que por
dentro se secaba en el pozo de la locura. Hoy, después de tanto tiempo ahogada
en el alcohol, he dejado la sonrisa porque no me nace y la he cambiado por unos
ojos que han perdido su brillo de antaño. Sigo siendo la misma, pero en el
viaje de la vida perdí las máscaras que me permitían ocultar esto que hoy se
manifiesta a flor de piel.
En
este viaje he dejado trozos de mí en el camino no porque haya interés en
volver. Este rastro es para no olvidar de dónde vine y para guiar a otras
esencias que se han ahogado en la locura de su existencia.
Y
aquí estoy, en un punto del camino (o fuera de él), agotada de un viaje que
parece no tener fin, perdida entre la bruma, pero decidida a no volver. Algún
día este viaje también se tornará silencio.
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