La vida es como un mapa que se
descubre día a día, a pesar de estar completo. Cada experiencia nos deja ver
los diferentes caminos que hay para transitar en ese mapa. ¿Para llegar a
dónde? ¿Quién sabe? Y sin embargo buscamos señales que nos orienten en ese mapa
que es la vida, una especie de brújula cósmica, llámese instinto, fe,
experiencia, lógica.
Más
allá del destino hacia el cual caminamos, en el trayecto afrontamos múltiples
experiencias que nos pueden hacer cambiar la ruta y por más que atendamos a esa
brújula, hay espacios en el mapa donde esta deja de funcionar.
Tal
vez por esa razón la mayoría de la gente prefiere mantenerse dentro de los
caminos, porque se trata de senderos ya recorridos que, aunque difíciles de
transitar, al menos fueron trazados por alguien más y con seguridad conducirán
a un mejor sitio.
Mi
problema es que transito fuera del camino y no sé cuál es mi destino final.
Camino sin brújula ahí donde la tierra aún no asimila el paso de la humanidad.
Aquí no hay brújula que pueda orientarte más allá de las nociones básicas de
vida.
Vivir
por instinto como una noción básica de vida también implica restar
trascendencia a la propia vida. Es reducirla a lo mínimo: respirar, comer,
dormir. El siguiente paso debería ser el razonamiento, pero mi espíritu
prefiere huir de sí ahogándose en alcohol.
Evito
la vida porque pesa demasiado y aunque me trajeron al mundo con una brújula, la
abandoné en el camino, cuando aún me mantenía sobre los senderos en la tierna
infancia. Madurar es aprender a utilizar esa brújula. Mi madurez ha sido
aprender a sobrevivir sin brújula.
Cierto
es que andar por la vida de esa manera es tentar al destino y arriesgarse al
azar de las cosas. ¿Qué más me queda en una vida de renuncia? Me queda esta
voluntad que se esfuma de las manos, como la brújula con la que me trajeron al
mundo. Me queda la experiencia vivida y la no vivida. Me quedan las memorias
atrapadas en las cavernas de mis venas.
Lo
cierto es que una brújula ajena no serviría para orientarme y mi propia brújula
sería inútil para alguien más. Cada brújula atiende a las necesidades de su
propio dueño, porque cada individuo se dirige a un destino diferente, aunque
transiten por caminos similares.
“Arrieros
somos y en el camino andamos”, reza un dicho muy conocido. Es verdad que un
sendero resulta más ameno cuando se camina en compañía. Al menos se comparte la
experiencia. Andar a solas y fuera del camino puede conducir al olvido,
condenando el nombre al silencio de la historia, o trascender al tiempo y
esculpir esa grafía en roca.
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