17 de febrero de 2019

47. La brújula


La vida es como un mapa que se descubre día a día, a pesar de estar completo. Cada experiencia nos deja ver los diferentes caminos que hay para transitar en ese mapa. ¿Para llegar a dónde? ¿Quién sabe? Y sin embargo buscamos señales que nos orienten en ese mapa que es la vida, una especie de brújula cósmica, llámese instinto, fe, experiencia, lógica.

         Más allá del destino hacia el cual caminamos, en el trayecto afrontamos múltiples experiencias que nos pueden hacer cambiar la ruta y por más que atendamos a esa brújula, hay espacios en el mapa donde esta deja de funcionar.
         Tal vez por esa razón la mayoría de la gente prefiere mantenerse dentro de los caminos, porque se trata de senderos ya recorridos que, aunque difíciles de transitar, al menos fueron trazados por alguien más y con seguridad conducirán a un mejor sitio.
         Mi problema es que transito fuera del camino y no sé cuál es mi destino final. Camino sin brújula ahí donde la tierra aún no asimila el paso de la humanidad. Aquí no hay brújula que pueda orientarte más allá de las nociones básicas de vida.
         Vivir por instinto como una noción básica de vida también implica restar trascendencia a la propia vida. Es reducirla a lo mínimo: respirar, comer, dormir. El siguiente paso debería ser el razonamiento, pero mi espíritu prefiere huir de sí ahogándose en alcohol.
         Evito la vida porque pesa demasiado y aunque me trajeron al mundo con una brújula, la abandoné en el camino, cuando aún me mantenía sobre los senderos en la tierna infancia. Madurar es aprender a utilizar esa brújula. Mi madurez ha sido aprender a sobrevivir sin brújula.
         Cierto es que andar por la vida de esa manera es tentar al destino y arriesgarse al azar de las cosas. ¿Qué más me queda en una vida de renuncia? Me queda esta voluntad que se esfuma de las manos, como la brújula con la que me trajeron al mundo. Me queda la experiencia vivida y la no vivida. Me quedan las memorias atrapadas en las cavernas de mis venas.
         Lo cierto es que una brújula ajena no serviría para orientarme y mi propia brújula sería inútil para alguien más. Cada brújula atiende a las necesidades de su propio dueño, porque cada individuo se dirige a un destino diferente, aunque transiten por caminos similares.
         “Arrieros somos y en el camino andamos”, reza un dicho muy conocido. Es verdad que un sendero resulta más ameno cuando se camina en compañía. Al menos se comparte la experiencia. Andar a solas y fuera del camino puede conducir al olvido, condenando el nombre al silencio de la historia, o trascender al tiempo y esculpir esa grafía en roca.

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