Dicen que la belleza está en el
interior. Yo hago una precisión: el interior todo es belleza, en una extensa
gama que rara vez alcanzamos a comprender. La belleza de las cosas es una
experiencia interior que se procesa de manera inconsciente, la mayoría
recortadas por una estética acorde a nuestro tiempo y nuestras circunstancias,
pero tiene tantos matices como el espectro de color que capturan nuestros ojos.
Por
lo regular hablamos de belleza para las cosas presentes; sin embargo, hay
cierto tipo de bellezas que habitan en las ruinas de nuestro entorno y que
hablan de un pasado en un lenguaje distante a nuestro presente. Dan cuenta de
otras épocas de luz y sombra, de formas y texturas que atendían a ciertas
circunstancias.
Pienso
en todos aquellos monumentos de civilizaciones antiguas que hoy consideramos
“bellas”, una especie de canon que muestra un poco de la grandeza que fueron en
su tiempo y que hoy solo representan un vestigio. Hablamos de objetos, de
cosas, de estructuras materiales que despiertan emociones agradables o
desagradables.
No
obstante, hay otro tipo de ruinas que habitan en las personas con múltiples
manifestaciones de belleza, una belleza muy diferente al atractivo físico que
puedan tener. Se trata de una confusión muy frecuente en nuestros días,
elevando el atractivo físico a un concepto de belleza que implica una virtud.
Carecer de belleza es carecer de virtud (y valía, por extensión) y
acostumbrados a la belleza del presente, ignoramos la belleza de las ruinas.
Mi
caso no sé si encaja con esta visión de las cosas. Nunca he gozado de grandeza,
atractivo ni virtud. Desde que recuerdo, mi vida ha sido un escombro de
fragmentos acumulados durante los años, tiempo en el que se transformaron en
ruinas que hoy hablan de otro tipo de belleza en una experiencia poco grata.
Mi
vida es un lienzo únicamente apreciado bajo la estética de lo grotesco, lo
decadente, lo perverso y lo abyecto. Soy Ofelia, pero también soy muchas
Ofelias que muestran los diversos ángulos de las ruinas que me componen. Algún
día he de morir y estas ruinas desaparecerán con el tiempo, quizás sin ser
vistas por otros ojos.
No
espero ser objeto de belleza ni modelo de virtud. Al contrario, mis palabras y
mis actos cuestionan justamente los estereotipos de belleza que se imponen para
cada sociedad. Porque “ser” es el acto irrepetible en que la vida rompe la
pared que le contiene y la muerte, esa ruina de la experiencia de estar viva,
aun en contra de la voluntad de vivir y la voluntad de existir.
Si
esta vida no vivida es objeto de belleza, no me corresponde determinarlo. Que
el tiempo lo decida.
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