Por muchos años he andado fuera
del camino: porque soy curiosa, porque es bien sabido a dónde conducen todos
los caminos, porque me niego a recortar mi sombra bajo un mismo molde, porque
estas piernas nacieron para abrir camino. En última instancia, decido andar
fuera del camino porque soy Ofelia y es mi voluntad y elección. Y si me pierdo,
asumo el peso de mi decisión.
Mi
mente es una niebla de locura que todo lo transforma y aunque estos ojos
deberían servir para ver el horizonte, la mirada se cubre de manchas de color y
sombras. Así ando por la vida: a ciegas y fuera del camino (recuérdese que esto
ha sido por elección). Con frecuencia dependemos tanto de un solo sentido que
olvidamos desarrollar el resto.
He
caído, sí. Demasiado. Más de lo que pueda recordar. Pero también se cae andando
por los caminos recorridos, caída suave, es cierto, pero se cae de igual forma.
La diferencia es que el camino te deja ver con antelación la piedra que motivó
la caída y aun así caes porque los ojos se han vuelto inútiles de tanto mirar
la belleza del camino.
No
puedo negar que por andar fuera del camino he perdido momentos de belleza
reservados para otros ojos. Sin embargo, estos ojos color de nube aspiran a
admirar otro tipo de belleza que solo se encuentra en la experiencia de la
incertidumbre, porque hay momentos en los que la bruma deja paso a ciertos
rayos de luz que crean formas distintas a los colores del camino.
Esa
luz deja ver que hay otro tipo de bellezas que no se encuentran en la senda
recorrida por el hombre, momentos que llamo epifanía porque son una revelación
para la existencia. Y aquí dentro, en las sombras que nublan la mirada, acumulo
esos instantes en que la luz define los contornos de mi mundo y se muestran las
cosas bajo otro lente.
Puede
ser una realidad distinta al imaginario. Agradable o desagradable, placentera o
dolorosa. Mucho depende de la voluntad para utilizar el resto de los sentidos,
porque entre la bruma, esos rayos de luz definen los aromas, detallan los
sonidos, precisan los sabores y texturas que escapan al espectro de los ojos.
Vivir
la epifanía es algo semejante a la experiencia de la verdad. Uno descubre el
mundo y a través de él se descubre a sí mismo en diferentes circunstancias. La
epifanía no habita en los caminos conocidos. Hay que perderse, buscar el caos
que nos permita distinguir el orden. La vida en un molde puede ser un caos,
incapaces de distinguirlo ante la falta de experiencias que lo delimiten.
Pero
andar fuera del camino también conduce a la locura y por mucho andar uno vive
demasiado. Tanta verdad no puede contenerse en un mismo recipiente. La última
epifanía será la revelación de la muerte.
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