“Polvo eres y en polvo te
convertirás” es una frase utilizada especialmente por la religión católica en
Latinoamérica en el llamado Miércoles de Ceniza para recordar la finitud de la
vida y distinguir al hombre de la eternidad de Dios. Y, sin embargo, la ceniza
nos sobrevive como rastro de la esencia que portamos.
La
mitología le dio un significado diferente en la figura del fénix, una criatura
que representaba la eternidad al resurgir una y otra vez de sus propias
cenizas. Otros pueblos utilizan las cenizas en rituales propios de su sistema
de creencias e incluso las cenizas de una persona, una vez cremada, son
conservadas como algo cercano a lo sagrado.
Incluso
la naturaleza nos ha dado muestras de las diversas formas que pueden surgir a partir
de la ceniza, como ocurrió en Pompeya, esa ciudad que en su apogeo fue cubierta
por el magma y muchos siglos después, gracias a la Arqueología, nos dejó ver
que debajo de todo ese material volcánico había una vida y que la humanidad no
pudo escapar a su naturaleza finita.
En
el espacio mundano, utilizamos la ceniza para pulir la plata, para eliminar los
rastros del tinte del cabello sobre la piel, para crear arte e incluso para
cocinar (recuérdese varios pueblos al norte de África que entierran los alimentos
y los cubren de cenizas aún calientes para cocerlos.
La
ceniza es el rastro de algo que sufrió el paso del fuego sirviendo a otros
propósitos: el incienso, el carbón, la leña, la maleza, el hombre. Sobre este
último, es frecuente pensar en la frase: “donde hubo fuego, cenizas quedan”,
como una referencia a una relación sentimental entre dos personas que en algún
punto separaron sus caminos y, sin embargo, se llaman una a otra en la
distancia y el tiempo.
Todas
esas analogías, significados y significantes en torno a la ceniza me parecen
fruto de un complejo entramado en el que han participado muchas voces a través
del tiempo, aunque guardo un sentido especial para mi caso, que tampoco me hace
“única y especial” como reza la filosofía millenial.
Aquí
dentro, en el vacío de mi cuerpo, albergo suficientes polillas para ocultar la
belleza de la luna. En sus diferentes ciclos, utilizan las cenizas de mi
corazón que alguna vez ardió para formar sus crisálidas e hibernar hasta que
extienden sus alas. Las pequeñas motas que se desprenden de sus alas son
fragmentos minúsculos de mis cenizas que retornan a ese punto de mi oquedad
donde se acumulan todas las cenizas de mi vida.
Me
reconozco escombro, una ruina, una pila de cenizas que representan el rastro de
lo que alguna vez viví. Dicen que no hay llama más intensa que el amor. Amé
demasiado, absorta en mi locura, pero este corazón ardía en silencio, en la
distancia, ahogada en el alcohol, tanto que incendié lo mejor de mí hasta verme
reducida a cenizas. Fui un fénix de otra variedad. Aquí dentro habitan las
polillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario