Para la Psicología, incluyendo la
Tanatología, la negación es una de las primeras fases de un duelo. Es una
especie de cápsula o burbuja en la que se encierra nuestra mente para asimilar
un proceso de pérdida. Puede ser breve o prolongarse demasiado tiempo, a tal
grado que la mente prefiere mantenerse en la negación ante la dificultad para
afrontar esa pérdida.
Hay
varios tipos de negación que varían de acuerdo con sus circunstancias, aunque
uno de los más complejos es la negación de sí mismo, una forma de renuncia a la
vida y la existencia porque el entorno supera lo que se pueda soportar.
Finalmente uno vive lo que puede soportar.
Cuando
me trajeron a este mundo, me fue asignado un nombre para darme identidad y
dejar constancia de mi existencia. Hace mucho ese nombre se perdió en el
silencio para dar paso a un “Yo” emergente: Ofelia, este nombre que por
voluntad me ata al mundo y, sin embargo, me desvincula de cualquier entramado
ajeno.
Renunciar
al nombre impuesto fue el primer paso para la negación de mí. La misma esencia,
bajo diferentes circunstancias, miraba el mundo con otros ojos porque el
entorno era y sigue siendo insoportable para una existencia que no termino de
asimilar (quizá nunca llegue ese momento). Se trataba de negar la identidad
impuesta a través del nombre, porque el nombre condenaba una existencia no
anhelada.
Con
el tiempo la negación pasó a otros grados que me han llevado a la locura de mis
pensamientos: negarse a la palabra, a las normas sociales, a los estereotipos y
expectativas en torno al cuerpo, a la maternidad, al matrimonio, al amor y la
prisión del “otro”, a la exigencia de una madurez para la vida adulta. Mis años
son más de los que se puedan contar, pero al negarme a mí también niego los
años recorridos.
Mi
existencia ha sido marcada por una constante negación, a tal grado que renuncio
a la imagen del espejo, a la sombra proyectada sobre las formas de este mundo,
a los vínculos generados por este recipiente llamado cuerpo a pesar de la
voluntad. Trascender la renuncia, trascender todas las renuncias que me han
marcado, implicaría asimilar numerosas pérdidas que aún no me puedo explicar.
Si
me preguntara por el origen de todas estas pérdidas que me han generado una
especie de duelo permanente, pensaría en el momento en que fui traída al mundo
porque fue un acto de pérdida de libertad. Desde ese instante, la vida ya era
una imposición que me fue arrebatando cada vez más la libertad de mi esencia
antes de la existencia.
Pero
al final de todo, de todas las renuncias que he enfrentado en vida, la lógica
parece indicar que este cúmulo de renuncias responden a un temor mayor: el
miedo a la muerte, porque en el fondo, muy a pesar de las renuncias, he creado
raíces con este mundo y su existencia.
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