La pirámide de Maslow coloca el
instinto de alimentación en la base como una necesidad primordial para la vida
humana. Sin él, difícilmente se puede escalar a los siguientes niveles y aunque
se refiere a necesidades físicas, también guardan cierto vínculo con las
necesidades del espíritu.
La
alimentación dice mucho de las personas, desde la posición social, el poder
adquisitivo, la región geográfica, costumbres, hábitos, tradiciones,
enfermedades, autoestima... por lo regular la convivencia social mide su grado
de confianza en torno a la socialización frente a los alimentos.
El
cuerpo se nutre del instante que dedicamos a la alimentación. Hay quienes se
dejan dominar por el instinto de comer. Otros más controlan su ansia de
alimentarse. Los más, negocian y llevan una vida de altibajos con los alimentos
que van modificando el cuerpo en el que habitan.
Si
algo heredé a Ana es la dominación sobre el instinto de alimentación, una forma
de poder que se ejerce sobre la existencia propia, aunque Ana conjugó esa
habilidad con el resentimiento en sus venas y se dedica a controlar existencias
ajenas a partir de la alimentación.
Son
rituales a los que prestamos atención en mayor o menor medida y que también
determinan nuestro modo de vivir. En mi caso, la renuncia es una elección por voluntad
y alimento este cuerpo con esto que siento en mi relación con el entorno.
Este
cuerpo ha sobrevivido a partir de requerimientos mínimos para continuar
funcionando, no de manera óptima, solo funcionando. Mientras bebo en la mesa de
aquel bar, comiendo pepitas de calabaza, miro las mesas contiguas donde se
sirven dedos de queso, aros de cebollas, alas de pollo condimentadas en salsas
a cual más de variadas, ensaladas, hamburguesas, papas fritas y un montón de
comida con suficientes calorías para el consumo de un día.
Pero
vivir por inercia, aislada y negándome a la vida, me exige un mínimo de
calorías y a eso me limito. ¿Para qué prolongar una existencia que no se desea?
Este cuerpo es solo un recipiente que contiene la esencia de mí misma y si es bello
o no, la única persona a la que debería importar es a mí, yo, Ofelia, que solo
piensa en este cuerpo como algo funcional mientras exista.
Esta
renuncia tampoco implica que me haya privado del alimento por completo. He probado
muchos sabores a lo largo de los años y cierto es que generan una sensación de
placer. No es una prioridad para mí. Me limito a la experiencia de haberlo
conocido.
Finalmente
este cuerpo al que he sido condenada se nutre de las palabras no dichas, de mis
miedos, del horizonte que no alcanzo a penetrar, de la luz y la sombra que
juegan a la alquimia en el silencio de mis venas, ahí donde mi nombre habita y
se transforma en una hermosa polilla para convertirse en polvo.
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