Justo hoy las calles se visten de
parejas que exhiben sus muestras de amor con detalles consumistas que, entre
más onerosas, implican un mayor grado de eso que llaman “amor”. Un día para el
amor, aunque el resto del año vivamos con la sensación de ser individuos que
han extraviado una pieza en la entrega de amor.
Es
14 de febrero, un día que no me despierta mucha efusividad ni ese impulso de
abrazar a todo mundo para demostrar que este corazón de alcohólica amargada aún
guarda un poco de afecto. No siento repulsión por el amor.
Ese
sentimiento es de lo más hermoso que pudiera haber en la vida. Siento náuseas
de su idealización y las falsas muestras de afecto que refuerzan la idea de que
venimos al mundo incompletos.
Ya
lo sugerían Sócrates y Platón en el diálogo de “El Banquete”. Una idea de un
amor incompleto que pasa gran parte de su vida buscando a su par, su
complemento, la pieza faltante del rompecabezas. Hay incluso quien piensa que
la pieza faltante es uno mismo, con esa teoría del amor propio tan chocante.
Lo
que nos enriquece son justamente las diferencias, mucho más que las afinidades.
Pero vivimos con la creencia (a veces me pregunto si es imposición) de que
encontrar a un “igual” llenará ese vacío que no sabemos cómo llenar. Es un
vacío infundado, cuyo origen proviene de esa idea de incompletud.
He
vivido tantas cosas. En aquella mesa de aquel bar he sido testigo de tantas
muestras de afecto, de sus vaivenes y altibajos, de sus silencios y palabras no
dichas, que empiezo a creer que ese amor en aquella mesa de aquel bar se
trataba realmente de amor.
Mi
amargura no es gratuita. Evito el contacto humano, de cualquier tipo. Me
escondo, huyo de las emociones, porque cualquier indicio de emoción es el
comienzo de algo que podría conducir a vínculos que difícilmente podremos
cortar y, lo más grave, olvidar.
Cada
mañana me miro en el espejo y me pregunto si esta Ofelia que yo soy me
representa lo suficiente o si existe la posibilidad de que esa teoría de
incompletud se confirme y sea verdad que debería comenzar con la búsqueda de la
pieza faltante.
Pero
en mi realidad, soy una Ofelia fragmentada, que vive en piezas y las derrama en
el camino para no perder su origen, para no olvidarse de ese punto en el que la
vida ocupó este cuerpo y se condenó a la finitud de la existencia.
Sin
embargo, sigo pensando que soy mujer completa hasta el último minuto, con toda
la complejidad que implica una vida de renuncia y autoengaño (¿quién no vive en
la mentira para somatizarse?). Quisiera pensar que existe algo más para mi
camino, pero el túnel avanza y la luz se acerca y me penetra y yo sigo creyendo
en mi silencio y la ternura de mi nombre.
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