Hay quienes piensan que el amor
es como una taza de café: caliente, fuerte y vigorizante. Por lo regular se
disfruta la bebida. Se endulza o se prefiere amarga (en su esencia). Se apura
con avidez o en pausas mientras el café se enfría. Y aunque bebamos el
contenido completo, siempre quedan restos al fondo de la taza: el remanente de
lo que fue.
Aquí
podría entrar un paréntesis para referirnos a las cenizas, aunque estas
implican una transformación de las cosas para dejar rastro de lo que fueron. El
remanente es la memoria de lo que fue, de lo que sigue siendo, pero que ya no
será más.
Podría
confundirse con el eco, pero este es más complejo, pues no únicamente se
refiere al remanente, sino también a su repetición, a un espacio de oquedad que
revela un vacío donde entra ese espectro de repetición. En cambio, el remanente
está más vinculado con la memoria y el olvido.
Ya
he hablado de cómo imagino la vida: una especie de madeja que se extiende del
piso al techo de un gran edificio y mientras avanza el tiempo, atamos la madeja
en hilos de memorias hasta que, llegado el instante de la muerte, soltamos el
estambre para ser devuelto a su sitio original.
En
esa analogía, por un momento conservamos en nuestras manos la madeja de vida y
al soltarla, permanece en las manos la sensación que nos produjo. Ese es el
remanente de la vida al instante de la muerte, la sensación de todas las
memorias acumuladas con los años que se esfuman en tan solo unos segundos.
Y,
sin embargo, el remanente puede ser apreciado por otros ojos en su misma
esencia, aunque interpretado por las circunstancias del que observa. Para
nosotros, la memoria; para los otros, la recreación de la memoria. El remanente
solo significa en su esencia para quien apuró el contenido de esa taza de café.
Aquí,
en este espacio, dejo constancia de mi pensamiento y algún atisbo de memorias
para ser interpretadas. No obstante, el remanente se guarda en mi silencio como
tacitas rotas donde aún quedan restos de café. Al morir, me llevaré todo eso y
juntos habremos de desaparecer como la espuma del mar.
Dejaré
las ruinas de mi cuerpo, por si acaso, por si hubiera, por si entonces. Pero me
llevaré la esencia, ese “algo” que explique y dé significado a las ruinas que
dejaré detrás, una vez que el instante de partir se consume con la muerte.
No
pretendo trascender a la existencia de una sola vida. Me basta una sola muerte
para no desear la vida. Aquí dejo testimonio de mi voluntad: una vida es
suficiente.
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