Nací, no hay duda de ello. Nací a
pesar de mi voluntad porque alguien más me trajo al mundo y por mucho renegar,
es una verdad que hay que asumir. Negarlo sería cerrar los ojos al entorno en
el que habito, una existencia que no se explica sin los vínculos formados al
cabo del tiempo, vínculos que pueden formar intrincadas ramificaciones y
conducir a experiencias tan diversas como la vida lo permita.
Me
reconozco raíz independiente, que puede o no germinar para dar luz a otras
raíces. Pero esto que soy en algún momento fue parte de una raíz más, una raíz
añeja que derivaba a su vez de otra raíz. La humanidad entera es un entramado
formado por todas estas raíces que han sobrevivido a los milenios. Encontrar la
raíz original sería buscar una quimera.
Si
uno escarba en las entrañas de la tierra puede encontrar capas y capas de
diversos materiales que dan cuenta de las diferentes eras por las que ha pasado
nuestro mundo, capas donde es posible encontrar también diversos vestigios de
raíces que, aunque muertas, dan cuenta de una vida que floreció en otro tiempo.
Gracias
a la Historia y la Antropología es posible devolver un poco del contexto y la
existencia que alguna vez pertenecieron a esas raíces, pero pocos se atreven a
indagar para conocer y comprender esas raíces de las que provenimos. Sumida en
mis cavilaciones, me entrego a esa búsqueda que me permita entender el pasado
para comprender mi existencia presente.
Se
ha dicho que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”. En parte
es cierto. Uno vive en ciclos que se repiten bajo circunstancias diferentes en
cada ocasión. Sin embargo, esta oración encierra una visión naturalista de la
humanidad. Una circunstancia y un contexto pasados no tienen por qué determinar
las condiciones de un futuro que se desarrolla bajo circunstancias y contextos
diferentes.
A
menudo creemos que la historia familiar es una condena con la que hay que
cargar, que las alegrías y las tristezas son inherentes, hereditarias, sin
posibilidad para cortar de tajo. Ignoramos que hay una voluntad propia para vivir
y para existir con la que moldeamos el camino a recorrer. Si la vida es
destino, somos títeres de algo más.
La
voluntad es la capacidad de cortar o no los hilos que nos condenan a un juego
donde no hay ganadores. La voluntad nos permite ser raíces individuales,
independientes del lugar de donde provenimos, arriesgarnos a morir en la
individualidad, pero también es la posibilidad de renunciar a esa independencia
y permanecer como una extensión de la raíz madre.
Mi
raíz hace mucho que cortó sus vínculos. Se ahogó en alcohol y se prendió fuego
ante lo insoportable de la vida. Esta raíz soy yo, un escombro que tornará al
silencio.
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