12 de febrero de 2019

42. El pozo


Dicen que los ojos son la ventana del alma, pero no es cierto. Son un pozo donde habita la memoria y de él abrevan numerosos caudales que integran el entramado de la vida. Hay ciertos momentos en los que ese pozo se llena de recuerdos y el cubo que utilizamos para recogerlos termina por colapsar. El pozo se desborda.

         Algunas personas han nacido con un pozo que se adentra apenas unos metros y lloran casi por cualquier cosa. Unos más tienen que esperar a que el manantial aumente su flujo porque la profundidad del pozo es mayor. Unos más nacimos con un pozo que aún tiene vestigios de humedad, pero hace tiempo que está seco, sin memorias de las que podamos abrevar para alimentar nuestra sed de recuerdos.
         Por supuesto que hay aguas más puras y cristalinas que otras, aguas valiosas y otras que parecen agua estancada. Cuando el final se acerca, cuando percibimos el final del túnel, el pozo se cubre de una especie de agua de luz que todo lo penetra, todo lo invoca, todo lo evoca y sale a flote para envolver en su luz la boca del pozo y todo él.
         Únicamente las esencias consideradas especiales pueden reforzar los cimientos del pozo para que resistan una vez llegada la inundación de luz. La escritura es un ejemplo. Aquellos que han dejado testimonio de sus memorias mantienen vivo el esbozo de sí mismos y ese pozo se conserva como último vestigio.
         Mi suerte no es tanta. Quizás alguien llegue a recordar mi nombre, pero en este pozo nada más he encontrado raíces acumuladas al cabo de los años, aridez, sequedad, una roca en apariencia dura pero que se desmorona con la más ligera brisa. Aquí dentro lo que habita es el eco de lo que pudo ser.
         Este manantial nunca dio luz ni agua ni pantano. Es un caudal de diamantes que yacen al fondo del pozo, en la profundidad de mi existencia, ahí donde no importamos ni yo ni mi nombre ni mi renuncia a la existencia. Y ese caudal morirá conmigo, en ese pozo donde llegado el momento se abrirá un agujero negro que todo lo ha de devorar sin dejar vestigio de esta existencia.
         Curioso es llamarse Ofelia, un nombre que podría evocar un hermoso melodrama, sin aguas para ser lloradas en este pozo de memorias. Me queda el vacío, este eco que me tranquiliza y que me inquieta al cabo de los días. Sirva mi experiencia para ser ignorada porque nadie se baña dos veces en el mismo río.
         En este pozo puede caber toda una vida. Renuncié a ella, hace mucho, a la voluntad de la existencia que dé motivos a estos ojos, a la voluntad de vivir condenada a un ciclo de luces y de sombras mientras este rostro se derrama en el espejo envuelto en canas y arrugas.
         Por eso lleno este pozo de memorias en alcohol. Si el recuerdo sobrevive, un diamante que trascendió al silencio.

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